lunes, 15 de marzo de 2021

CONTRA EL SEXO

 

Se cuenta, pero Alá es el más sabio, que en el siglo I de nuestra Era vivía en Alejandria, en una gran casa de vecindad, un rabino que todos los sábados hacía el amor con su mujer. El buen hombre creía que el demonio, que no anda nunca lejos, podía entrar en el cuerpo de su esposa por la abertura por la que se disponía a entrar él, de modo que, para ahuyentarlo, durante un rato se dedicaba a recorrer su vivienda tocando un cencerro, remedio, al parecer, infalible propuesto por el sabio Salomón. Naturalmente, en cuanto que oían el cencerro, todo el vecindario sabía lo que iba a hacer de inmediato el matrimonio, pero eso poco le importaba al judío y, puesto que no se quejaba, tampoco a su señora. 
Y es que el judaísmo no tuvo nunca animadversión al sexo. Todo lo contrario, el sexo no sólo era para los judíos el medio para conseguir la procreación, sino también fuente privilegiada de placer, naturalmente, dentro del matrimonio, que era lo ordenado por Jehová . Los mandamientos sexto y décimo contenidos en el Deuteronomio, 5, 18 y 21, no tienen el significado exclusivamente erótico que luego le ha dado la Iglesia, sino que tienen relación con la propiedad. En efecto, si se observa, dichos mandamientos están dirigidos a hombres, formando la mujer parte de sus propiedades, lo mismo que "su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo",
como precisa detalladamente el décimo mandamiento. Del mismo modo, cuando el Génesis, 38, 9-10, narra cómo Dios da muerte a Onán por eyacular fuera de su cuñada, viuda de su hermano, no es tampoco, como luego ha interpretado también la Iglesia, una condena de la masturbación, sino que igualmente está relacionado con la propiedad y, en concreto, con la herencia, puesto que los hijos que pudiera tener con su cuñada no serían suyos, sino de su hermano difunto, cuyos bienes heredarían, perdiendo su parte el propio Onán.
El cristianismo es hijo del judaísmo, la propia Iglesia asume como suyo el Antiguo Testamento, con los mandamientos de Moisés incluidos. Por otra parte, en los evangelios, también llamados Nuevo Testamento, Jesús no condena en ningún momento el sexo, es más, en escenas por demás famosas, permite que una prostituta, a la que acaba perdonando, le lave, le bese y le unja los pies (Lucas, 7, 36-50), y perdona igualmente, sin imponerle penitencia alguna, a la mujer adúltera a la que pretendían lapidar sus convecinos, siguiendo la ley judaica (Jua, 8, 1-11). Es posible, además, y no son pocos los eruditos que lo afirman, que Jesús estuviera casado; desde luego, para los judíos, uno de cuyos principios esenciales consistía en dejar descendencia, el matrimonio era fundamental en su vida y se veía mal que un varón llegara a los treinta años permaneciendo soltero. En cualquier caso, Jesús, en sus caminatas, iba acompañado no sólo por los discípulos, sino también por mujeres, las cuales tuvieron mucha importancia en su vida pública. 
¿Entonces, de dónde le viene a la Iglesia Católica el rencor permanente, siglo tras siglo, hacia el sexo? Principalmente de San Pablo. Él, a través de sus epístolas, sienta las bases de la nueva religión. Y en ellas, en diferentes momentos, alaba por encima de todo la virginidad, repudia el cuerpo y por tanto el sexo, y deja el matrimonio únicamente para que no se achicharren aquellos que sienten que no pueden contenerse y conservarse castos, para "la clase de tropa", vamos, como veinte siglos más tarde proclamaría exultante el señor Marqués de Peralta, y aún dentro del matrimonio la sexualidad restringida exclusivamente a la procreación.
San Pablo tuvo una evidente influencia del gnosticismo, cuyas ideas corrían ya por las áreas ribereñas del Mediterráneo, aunque no formaran todavía un cuerpo doctrinal. Pero, por encima de esta influencia, el llamado Apostol de los Gentiles no debió tener demasiado éxito con las mujeres, pues era bajito, feo, calvo y bizqueaba. Además, y esto era lo más grave y lo que, sin duda, le impedía acercarse a ellas con propósitos amatorios, Pablo sufría epilepsia, y debía sufrir también una enfermedad grave que podía producir el rechazo de la gente, como claramente manifiesta en su epístola a los Gálatas, 4, 13-14, donde afirma: "...bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez y, no obstante, la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo no mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús." Tal enfermedad podría ser psoriasis, pero lo más probable es que fuese sífilis, heredada de su madre, nieta de Herodes el Grande, que murió de este mal y que, en su evolución, produce escoriaciones y purulencias en la piel que pueden llegar a ser repugnantes.
Por otra parte, la epilepsia puede producir episodios alucinatorios y visiones neuropáticas que revierten con facilidad en megalomanías. Julio César, Mahoma, Pedro el Grande, Fernando el Católico, o Napoleón, son algunos de los numerosos ejemplos de personajes célebres que sufrieron este mal. De manera que con el condicionante de la enfermedad, al que acompañan alucinaciones que toma por visiones auténticas, como, por otra parte, suele ocurrir, Pablo, aun inconscientemente, se revuelve y desprecia a la mujer, de la que puede esperar compasión o piedad, pero en ningún caso amor.
Luego, apoyados en la condena paulina, los padres de la Iglesia advirtieron que una de las armas más poderosas para el control de los fieles se encontraba en la represión del instinto natural más potente del ser humano, especialmente cuando se sientan sus bases en la infancia. Es así que, desde los primeros tiempos, no han dejado de perfeccionar este arma, llegando en un momento a condenar el placer sexual dentro del matrimonio, pues "es pecado la mirada con deseo entre los esposos cuando no va encaminada a la procreación", como no tuvo empacho en proclamar Juan Pablo II.
Cierto es que, sobre todo en los últimos tiempos, son pocos los fieles que siguen al pie de la letra estas prohibiciones, ¿pero cuánto sufrimiento psicológico, cuántas aberraciones y cuánto dolor en general no han producido a lo largo de la historia y siguen produciendo hoy día?

P.S. Las negritas y cursivas son mías.
Fotos: Las tres primeras, de Internet
          San Pablo. Pintura de El Greco
          La última del libro Amantes, de Ana Juan (Valencia, 1961) Artista internacional. Premio Nacional de Ilustración 2010.


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