El ser humano es el animal que conoce pero no sabe. El resto de los animales viven un continuo presente, desconocen tanto el pasado como el futuro, no conocen, pues, el inexorable final al que están abocados. Ni siquiera los primates más cercanos al ser humano lo conocen. Nosotros, en cambio, no sólo como especie, sino individuo a individuo, nacemos en blanco, pero en muy poco tiempo conocemos tanto nuestro origen como el final que pende continuamente sobre nuestro cuello igual que la famosa espada de Damocles. Pero conocer no es saber y, al día de hoy, nosotros no sabemos nada de más allá de nuestro último suspiro, es decir, de nuestra muerte, de manera que ese conocimiento es, realmente, motivo de pesar para la mayoría y, para no pocos, fuente de incontenible angustia que puede llegar a la desesperación.
La religión es fruto de este conocimiento y de esta ignorancia y en ellos encuentra el basamento que, hasta hoy, le ha permitido sobrevivir al paso de los siglos y de los milenios. Es innegable que la religión ha acompañado a la humanidad desde los tiempos más remotos. De los entierros rituales que, al parecer, realizaban los neanderthales deducen los científicos que esta especie humana ya practicaba algún tipo de religión, lo que significaría que la existencia de ésta se remonta a más de cien mil años.
Ahora bien, cómo ha conseguido la religión mantenerse en el tiempo pasando de una generación a otra hasta nuestros días, cada vez más elaborada, aunque diversificada y con dogmas distintos. Parece estar claro que, como otras muchas cuestiones de la vida, la religión, en principio, se empieza aprender por imitación, los hijos tienden a imitar los actos de los padres, repitiéndolos a lo largo de su vida. Este aprendizaje, sin embargo, no permite la evolución de una actividad, sea la que sea. Así aprenden los animales tácticas de caza, cómo conseguir el alimento, como huir de un depredador, etc. Pero así lo aprendido una vez se repite más o menos igual a lo largo del tiempo y de las generaciones. Por otra parte, la duración de una vida, incluida la de los humanos, le veta a un individuo conseguir por sí mismo mucho más que el conocimiento justo para vivir el día a día.
Pero los seres humanos contamos con una preciosa herramienta que, entre otras cosas, nos sirve para facilitar y acumular de generación en generación cantidades cada vez mayores de conocimiento. Se trata del lenguaje. Esta herramienta es lo único que realmente nos distingue del resto de los animales. Primero oral y, posteriormente, también escrito, el lenguaje ha facilitado además la evolución de todos los campos de la vida incluidas las costumbres, la moral y la religión.
De este modo, la religión, que es lo que en este momento nos importa, se aprende, de una parte, por la imitación y, por otra, mediante la enseñanza verbal. Pero cómo se consigue esto, es decir, cómo se explica que los seres humanos no sólo aprendamos y asumamos la religión, sino que siglo tras siglo sigamos transmitiéndola a nuestros descendientes. Resumiendo mucho, al día de hoy existen tres hipótesis:
a) Para el estructuralismo, ese galimatías filosófico que yo creo que no entienden ni los estructuralistas, la religión muestra u ofrece una serie de ecuaciones y de imágenes que de algún modo son reconocidas por los seres humanos una vez que se las ponen delante. Así, la religión encuentra en nuestra mente un campo abonado en el que arraigar y desarrollarse fácilmente. Hasta el día de hoy no ha sido posible probar científicamente la validez de esta hipótesis.
b) Existe a continuación una hipótesis biologista. Para los biólogos, en general, la evolución ha favorecido que la religión, existente desde hace tanto tiempo, haya quedado incardinada en nuestra genética, con imágenes arquetípicas de los dioses que se pondrían de manifiesto en las primeras experiencias infantiles, de manera que tanto el aprendizaje como la práctica de la religión sería ya algo connatural en nuestra especie. Esta hipótesis tampoco tiene un refrendo científico.
c) La tercera hipótesis afirma que tanto el aprendizaje como la práctica de la religión se lleva a cabo mediante procesos radicalizados a través del lenguaje y del ritual, con un uso permanente de la intimidación, es decir, mediante la amenaza a la que en muchos casos se añade el maltrato o, lo que es igual, mediante el miedo. Aplicado en la infancia, el miedo, que, en ocasiones, llega al terror, no sólo es una barrera para el desarrollo racional, sino que deja cicatrices que pueden perdurar toda la vida. "El miedo supremo es el miedo a Dios.", afirma Esquilo, a lo que San Jerónimo añade: "el miedo a Dios expulsa el miedo a los hombres." Y San Pablo remacha: "No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado." Publio Papinio Estacio (45-96), poeta latino, en su poema épico Tebaida, dejó escrito: "El miedo fue lo primero que dio en el mundo el nacimiento de los dioses." Es decir, que la religión nació como producto del miedo y se transmite y se mantiene merced al miedo. Esta, en fin, es de las tres hipótesis, la única que al día hoy refrenda la ciencia como cierta.
Para saber más:
Walter Burkert.- La Creación de lo sagrado
Peter Brown.- Por el ojo de una aguja.
Burkert hace hincapié en la biología, referida, sobre todo, a las religiones antiguas, pero reconoce la realidad de la tercera hipótesis, aunque no duda en afirmar que "la religión es básicamente optimista."
Por su parte, Brown narra la caída de Roma y la creación del cristianismo en Occidente, describiendo, como núcleo de su extensa obra, "cómo terminaron en poder de la Iglesia las inmensas riquezas de unas pocas familias privilegiadas."
Imágenes: Títeres de la Tía Norica (de Cádiz)
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