lunes, 27 de diciembre de 2021

ENTIERRO

 

¡Cómo pasa el tiempo! Y lo peor que tiene el canalla es que llega un momento, a medida que nos hacemos mayores, que ya no corre, vuela. Hace ya nada menos que cinco años que falleció Servando Manjarín, un calavera muy conocido en Sevilla, que tuvo numerosas amantes, aunque la más conspicua y la que más le duró, pues con ella pasó los últimos veinte años de su vida, fue Clotilde Benavides, una vieja amiga mía de los tiempos en que ambos formamos parte de un grupo de teatro aficionado, La rebullanga, de tan escaso éxito como renombre, pero en el que nos lo pasábamos de muerte, como suele decirse, aunque quizás el término no es el más adecuado en una nota como esta. Luego, ella, se marchó de Córdoba por razones de trabajo y algunos años más tarde heredó una verdadera fortuna de un tío solterón que se había encaprichado de esta sobrina precisamente.
Como, a pesar de vivir en ciudades distintas, no había perdido el contacto con ella, me desplacé a Sevilla para asistir al sepelio. En el tanatorio, donde la encontré, Clotilde estaba más triste de lo que yo esperaba, habida cuenta de que el tal Servando no le había dado la mejor de las vidas. Desde que inició su relación con aquel buen señor no fueron pocas las veces en que, cuando nos veíamos, yo le preguntaba cómo podía compartir su vida con un hombre como aquél, para el que el último de sus propósitos era la fidelidad y con el que no estaba casada ni iba a casarse nunca. A lo largo de los años, la respuesta de Clotilde era siempre la misma: "¡Lo amo! No me preguntes por qué, lo amo y basta."
Luego, en la capilla, donde se le hizo al difunto un pequeño funeral laico, ya que él no creía ni en sí mismo, y como cierre a la intervención de varios amigos, Clotilde, entre suspiros y lágrimas, consiguió leer algo así como un pequeño poema de su cosecha con el que, aunque su intención debía ser la de homenajear a su amor, lo cierto es que dejaba meridianamente claro el nexo que en vida de él los había unido a ambos. Después repartió una copia del mismo entre los concurrentes.
Buscando hoy entre mis papeles unas viejas notas, me he encontrado el poema y él me ha traído el recuerdo de aquel día y el de mi amiga, a la que va haciendo demasiado tiempo que no he visto. Helo aquí. Lo pongo como curiosidad, pero juzgue el que lo lea si estaba equivocado o no en mi juicio sobre el mismo:

Era terco, patán, malencarado,
roncaba de la noche a la mañana,
gruñía como un oso malherido,
bebía y apostaba a las carreras,
fumaba unos vegueros espantosos,
se acatarraba por cualquier minucia
y me alzaba la voz y me gritaba.
Era obtuso, gañán, zambombo y fiero,
se comió mi fortuna en un arpegio,
¡pero sabía tan bien su comodoro!

P.S. Los nombres que figuran en la entrada son seudónimos. No pongo los verdaderos por respeto a mi amiga, a la que no le he dicho que iba a hacer público su laudatorio, o lo que sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario