miércoles, 27 de octubre de 2021

LA DONACIÓN DE CONSTANTINO


Ateniéndose a buena parte de los evangelios y, en concreto, a las afirmaciones de Jesús, la Iglesia Católica ensalza la pobreza al tiempo que predica el desprecio de los bienes terrenales como el mejor medio para alcanzar en la otra vida la salvación o el paraíso, según que el punto de vista del predicador de turno sea más o menos duro. Sin embargo, en la realidad de los hechos, que son, en definitiva los que cuentan, la capacidad predatoria de esta sacratísima institución no tiene parangón en la historia de la humanidad. Como ejemplo bien reciente véase cómo los obispos españoles se han apoderado de más de 35.000 bienes públicos, no sólo templos, entre los que destaca la Mezquita-Catedral de Córdoba, sino también ermitas, plazas, solares urbanos, terrenos rústicos y hasta viviendas que nada tienen que ver con el uso religioso y lo han hecho amparados en una ley manifiestamente ilegítima e inmoral y a sabiendas de que lo que han realizado es exactamente un robo.
Tal capacidad predatoria sólo podría compararse con la capacidad falsificatoria de la propia Iglesia, seguramente, la institución que, si no en cantidad, es la que ha llevado a cabo las falsificaciones más potentes y más significativas. No lo digo yo, basta echar una ojeada a la Historia apartando la paja del grano. Y eso sin necesidad de entrar en los Archivos Vaticanos, gran parte de los cuales continúan cerrados a cal y canto salvo para aquellos que la autoridad eclesiástica considera convenientes.
Una de las falsificaciones más clamorosas, que da testimonio de las afirmaciones más arriba adelantadas, es la conocida como Donación de Constantino, uno de los documentos más famosos de todos los tiempos y que más implicaciones ha tenido en el curso de la historia, no sólo eclesiástica. Aunque no se conoce su origen exacto, ni el lugar en el que se materializó, se sabe que Esteban II (752-757) lo esgrimió por primera vez ante Pipino el Breve, rey de los Francos, en el año 752 cuando viajó a Francia a solicitarle protección contra los longobardos, que, en su pretensión de unificar Italia, pretendían apoderarse de Roma y de las numerosas posesiones que poseía el papado. Como se sabe, Pipino venció a los longobardos en Pavía y el papa le otorgó el título de patricio romano, que hizo extensivo a sus hijos Carlos y Carlomagno.


Aunque el papa era ya dueño de un importante territorio repartido por distintos puntos de la península italiana y en Sicilia, no fue hasta la intervención de Pipino que surgieron los Estados Pontificios, localizados en el centro de Italia, desde el mar Egeo al Adriático. ¿Pero en qué consistía el documento que el papa le había mostrado al rey franco? Consistía en un pergamino que constaba de dos partes, la primera era una declaración del propio Constantino que contaba cómo el papa Silvestre lo había curado de la lepra y cómo gracias a este milagro se había convertido al catolicismo; la segunda parte daba cuenta de la donación, contaba que en agradecimiento el emperador cedía al papa y por extensión al papado la propiedad de la ciudad de Roma y todos los territorios del imperio occidental, incluidas las Islas Británicas y, por supuesto, Hispania (España). Le hizo entrega igualmente de la diadema imperial, la clámide de púrpura y todos los símbolos del poder imperial. En una palabra, Constantino convertía al obispo de Roma en emperador, con lo que el pontífice católico reunía en su persona todo el poder eclesiástico y la totalidad del poder temporal o, lo que es lo mismo, lo convertía en el campeón del poder absoluto, con capacidad no sólo para perdonar o no los pecados, sino para intervenir también y controlar hasta los asuntos más menudos de la vida material de los súbditos de su imperio. Y todo ello usque in finen mundi, es decir, hasta el final de los tiempos, o por los siglos de los siglos, amén, que es como la Iglesia prefiere.


Con este documento como enseña, los papas no sólo acapararon para sí Roma y un extenso territorio en Italia, sino que buscaron apoderarse también realmente de los reinos que habían surgido en el espacio del antiguo Imperio Romano Occidental, sosteniendo que todos ellos eran vasallos suyos. Se arrogaron y llevaron a la práctica en bastantes ocasiones lo que Otón de Frisinga (1114-1158) definía como la capacidad de los papas para remover a los reyes y cambiar las fronteras de los reinos. Un ejemplo de esta actitud lo ofrece Gregorio VII (1073-1085), quien, nada más ser elegido, instó a los príncipes europeos a guerrear en España contra los sarracenos con el fin de recuperar las tierras en su poder y devolverlas a su legítimo propietario, el papa de Roma. "No se nos oculta -dice Gregorio en la carta que dirige a los citados príncipes- que el Reino de España, desde antiguo, fue jurisdicción de San Pedro y aunque este territorio ha estado ocupado tanto tiempo por los paganos pertenece todavía por justicia a la Sede Apostólica solamente y no a otro mortal cualquier". Insatisfecho con esta carta, cuatro años más tarde escribe a los reyes, condes y príncipes de la propia España y, entre otras cosas, les dice: "Además queremos notificaros una cosa que a nosotros no nos es lícito callar, y a vosotros os es muy necesaria para la gloria venidera y para la presente, a saber, que el reino de España, por antiguas Constituciones, fue entregado en derecho y propiedad a San Pedro y la santa iglesia romana (regnum Hispaniae ex antiquis constitutionibus beato Petro et sancta Romanae Ecclesiae in ius et propietatem esse traditum). Lo cual hasta ahora ha sido ignorado a causa de las dificultades de los tiempos pretéritos y por cierta negligencia de nuestros predecesores. Pues luego que ese reino fue invadido por los sarracenos y paganos, y se interrrumpió - -por la infidelidad y la tiranía de éstos- el servicio que solía tributar a San Pedro, empezó juntamente a perderse la memoria de los hechos y de los derechos... Hemos cumplido, por la gracia de Dios, con lo que pertenece a nuestro oficio y la justicia reclama... Vosotros veréis qué es lo que corresponde hacer; deliberad prudentemente, disponed y determinad lo que debéis hacer, movidos por la fe y cristiana devoción de vuestra realeza y a imitación de los más piadosos reyes." 


Está claro, ¿a que sí? Bueno pues Llorca, Villoslada, Leturia y Montalbán, en el tomo II de la Historia de la Iglesia Católica, se mean (hay un término más duro y más exacto, pero me lo callo) en la verdad de la pretensión del papa Gregorio, afirmando que el pontífice "no mira a conquistar los reinos temporales, sino a buscar los medios de hacer más efectiva la misión apostólica de instruir a todas las gentes, corregir los abusos, amonestar paternalmente a los reyes y levantar el prestigio social de la Iglesia católica." Y se quedan tan frescos. No se puede tener menos vergüenza, de verdad.
Aunque a lo largo de la Edad Media hubo quien dudaba de la autenticidad del documento, los papas siguieron haciendo uso de él nada menos que hasta el siglo XV, momento en que el humanista Nicolás de Cusa (1401-1464) demostró con pruebas filológicas que el documento no era más que una invención para reafirmar la superioridad del papa sobre los príncipes y emperadores. No obstante, hasta el siglo XIX no se le dio carpetazo definitivo a esta falsificación.

Fuentes:
Historia secreta de la Iglesia Católica en España.- César Vidal
Historia política de los papas.- Pierre Lanfrey
Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica.- Pepe Rodríguez
Historia de la Iglesia Católica. Tomo II.- Llorca, Villoslada, Letura y Montalbán.

Imágenes.- Pinturas del pintor almeriense Andrés García Ibáñez.

Las negritas son de un servidor.


2 comentarios:

  1. Que interesantísimo Rafael, y que granujas son esta gente desde el principio de los tiempos. Enhorabuena. Un abrazo

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    1. Gracias. Paco. Estoy en Jerte y no he visto tu comentario hasta este momento. Acaparadores de bienes y de poder, eso son, siempre a mayor gloria de Dios, como dicen los jesuitas en su lema. Un abrazo.

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