miércoles, 4 de agosto de 2021

PANDORA

Hace un par de semanas alguien cercano a mí me comentaba que si el siglo XX había sido el de la tecnología, el XXI sería el de la biología.


Francamente, yo no lo voy a ver, seguro, pero preferiría que fuera el siglo de la mujer y si fuera todo el milenio, mejor que mejor. Desde los tiempos más remotos, los hombres hemos dado pruebas más que suficientes de nuestra incompetencia para gestionar los asuntos públicos, de manera que va siendo hora de que dejemos paso a quienes, sin duda, pondrán en el envite, delicadeza, amabilidad, solidaridad, compasión y capacidad de diálogo, cualidades que en el hombre ocupan áreas de su forma de ser más bien secundarias.
Desde luego, de una cosa podemos estar seguros: la mujer no le dará jamás al hombre el trato que éste le ha dado a ella a lo largo de la historia y, en buena medida, le sigue dando todavía. Revestido en muchas ocasiones de falso encumbramiento, ha habido y hay por parte del hombre un menosprecio de la mujer que, al tiempo que ensalza su atractivo, la convierte en un ser secundario e insignificante, el ser bello pero peligroso que venía a decir Hesiodo.
Desde siempre al ser humano le ha preocupado la existencia del mal; no del mal abstracto y con mayúsculas, que ese no existe, por más que se empeñen la mayoría de los filósofos, sino de los múltiples males concretos que nos acechan a diario. En la cultura occidental, que es en la que nos movemos nosotros, no hay nadie que no sepa que los males entraron en el mundo por culpa de una mujer, Eva, según la Biblia, y Pandora, según la mitología griega.
Tal afirmación constituye una de las muestras más relevantes de ese desprecio  que al hombre le merece la mujer y que yo creo que en el fondo lo originan a partes iguales la envidia y el temor de y a sus capacidades. Primero, porque la Biblia fue escrita por hombres y no es más que una invención, la forma de encontrar una explicación a nuestra complicada situación en el mundo, que siendo a posteriori la presentan como si fuera a prioriY en cuanto a Pandora, porque aun siendo también una invención, la historia verdadera no es la que conoce todo el mundo.
Esta, la verdadera historia la cuenta, precisamente, Hesiodo, poeta griego del siglo VII antes de nuestra Era, al que algunos creen contemporáneo de Homero, que ordenó y puso por escrito la totalidad de la mitología, transmitida hasta aquel momento por vía oral.
En su Teogonía, obra que fue ensalzada nada más hacerse pública y que al día de hoy sigue constituyendo uno de los pilares del estudio de la cultura y la mitología griega, el poeta cuenta en preciosos versos cómo Zeus, el primero de los dioses, encargó a su hijo Efesto, dios del fuego y de las artes que necesitan de este elemento, la creación de un ser vivo hecho solamente de tierra y de agua. Efesto hizo una mujer de tal belleza que cuando Zeus la vio se quedó maravillado, tanto que, advirtiendo que superaba en mucho a la totalidad de las diosas, comprendió que no podía mantenerla en el  Olimpo, sino que tenía que ser mortal y, por tanto, humana. Entonces el dios mensajero Hermes, que tenía su puntito de malvado y de bromista, le puso a aquella soberbia mujer el nombre de Pandora, que en griego significa Todos los dones, un nombre más bien sarcástico, porque, al mismo tiempo, le hizo entrega de una preciosa caja con el encargo de que, cuando llegara a la tierra, se la entregara a Prometeo.


Prometeo, siempre según Hesiodo, era un titán que había creado a la humanidad y que había procurado que los hombres se pareciesen a los dioses, para lo que, entre otras cosas, les enseñó el alfabeto, los números, la medicina, la navegación, a domesticar animales y, sobre todo, les regaló el fuego. Desconfiando de las intenciones de Hermes, el titán se negó a aceptar la caja. Pandora entonces se la ofreció a
Epimeteo, hermano de Prometeo, quien, incapaz de contener su curiosidad, la abrió y, al hacerlo, de ella salieron todos los males que nos aquejan, que al estar dotados de alas se extendieron rápidamente por toda la tierra. En la caja únicamente quedó la esperanza.
El muerto, sin embargo, recayó sobre Pandora, y lo hizo tan eficazmente que la vedad quedó sólo para conocimiento de los eruditos.






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