domingo, 8 de agosto de 2021

CONSTANTINO EL GRANDE

¡Y tan grande!


A Lactancio y a Eusebio de Cesarea, dos de los propagandistas cristianos con menos escrúpulos de la historia, se les caía la baba enumerando sus incontables méritos. Ahí va una cita:
"En la misma época se cumplió el vigésimo aniversario de su reinado. Con tal ocasión, en las restantes provincias se celebraron reuniones públicas festivas, y para los siervos de Dios el emperador organizó banquetes en los que participó él mismo... (y) para hacer a Dios una ofrenda digna de Él, ni uno sólo de los obispos se echó en falta en la mesa del emperador."
Esta cita, cuyas negritas son del que escribe, pertenece a la pretendida biografía del emperador escrita por Eusebio, que fue obispo de Cesarea y que, por supuesto, no faltó a los banquetes.
¿Qué no se entiende la alabanza? Sigan y verán.
Treinta y tantos años antes de aquellos banquetes Diocleciano había establecido una tetrarquía para gobernar el imperio, con dos augustos como emperadores y dos césares que llegarían a augustos tras la renuncia o la muerte de los primeros. Constantino acabó con aquel sistema y se erigió en dueño absoluto del imperio. 
Desde su puesto se puso decididamente de parte del cristianismo y a partir del 313, año de su victoria sobre Majencio en la famosa y legendaria batalla del Puente Milvio, emitió edicto tras edicto que favorecían a la recién llegada nueva religión. Entre los más sobresalientes, cabe citar los siguientes:


1.- Prohibición de la haruspicia o adivinación por medio de las vísceras de las aves; también de la magia y de los sacrificios privados. Ambas prohibiciones constituían un ataque frontal a los sacerdotes (llamados por los cristianos) paganos, que tenían en estos menesteres una de sus principales funciones.
2.- Otorgamiento a los obispos de poder judicial, tanto en las causas religiosas como en las civiles. De este modo, un obispo podía fallar en una denuncia por robo, por ejemplo, y su fallo era inapelable; eso sí la ejecución de la sentencia le correspondía al poder judicial, que lo señores clérigos no se han manchado jamás la manos con esta minucia. Semejante poder no lo tuvieron jamás los sacerdotes paganos.
3.- Otorgamiento a la iglesia del poder de manumitir o liberar a los esclavos (la Iglesia no se opuso jamás a la esclavitud), que hasta entonces había correspondido exclusivamente al Estado
4.- Otorgamiento a la Iglesia del derecho a recibir herencias, jugosísimo negocio que, cuarenta y tantos años más tarde, el propio Estado se vio obligado a cancelarlo debido a la insaciable capacidad de acaparación del clero cristiano.
5.- Exención de las cargas y tributos impuestos con anterioridad a los cristianos, formaran parte del clero o no, así como devolución de los bienes incautados, con el detalle de que si el titular era un laico, había fallecido y no quedaban herederos dichos bienes pasaban a la Iglesia.
El emperador emitió bastantes más decretos favorables a los cristianos, pero a la vista sólo de estos cinco que se enmarcan en el cuadro general de hostigamiento al paganismo, ¿a quién puede extrañar el gran amor que los cristianos profesaron y profesan a Constantino? De hecho, la Iglesia Oriental u Ortodoxa lo elevó a los altares y como santo lo venera.
¿Pero quien era en realidad este buen caballero? Independientemente de los favores otorgados a los cristianos, ¿gozó para tan alta estima de valores humanos o morales más o menos relacionados con la prédica cristiana? Veámoslo: Era hijo de Constancio Cloro, uno de los dos césares, en los tiempos en que Diocleciano y Maximiano eran augustos. Su madre, la famosa Santa Elena, descubridora de la cruz de Cristo, fue meramente una concubina de su padre. Este hecho no resta ni un ápice a las posibles honradez y honestidad del Emperador. Otra cosa es que él, lo mismo que su padre, practicara también el concubinato, en su caso, con Minervina, con la que tuvo a su hijo Crispo.
Empezó su carrera política convirtiéndose en césar con la aclamación del ejército de Britania. Seguidamente, tras abandonar a Minervina, se casó oficialmente con Fausta, hija de Maxiamiano, uno de los dos augustos. Con esta dama tuvo tres hijos y dos hijas. Se alzó contra su suegro, al que derrotó y al que hizo ahorcar en Massilia, la actual Marsella. En su camino hacia el poder absoluto, se enfrentó a Licinio, hijo de Maximiano, augusto de Oriente, esposo de su hermana Constancia y, por tanto, su cuñado. Lo derrotó y ordenó su estrangulamiento. Por si caía en la tentación de disputarle el poder, hizo estrangular también a Basiano, hermano de Licinio y esposo de su hermana Anastasia.
En su caritativa carrera, Constantino mandó asesinar a su hijo Crispo, del que le habían llegado noticias de que tenía relaciones carnales con su madrastra Fausta, noticias casi con toda seguridad falsas. Pero por si eran verídicas, además de cargarse a su hijo, San Constantino hizo ahogar a Fausta en su baño y, como buen cristiano, ordenó entregar al papa las abundantes propiedades que la difunta había poseído en vida en el barrio lateranense de Roma. Él, por su parte, lejos de guardar fidelidad a su esposa, tuvo numerosos amoríos, que, sin embargo, en su ambición de poder, no le impidieron provocar guerra tras guerra, sacrificando no sólo la vida de sus soldados, sino la de innumerables seres humanos cuyo único afán consistía en vivir en paz.
Es decir que, como tantos guerreros, políticos e incluso grandes empresarios de ayer y de hoy ansiosos de poder, Constantino era ante todo un déspota asesino. Y la Iglesia, en lugar de repudiarlo, no tuvo escrúpulos para buscar su cobijo y continuar, como anhelaba Agustín de Hipona, creciendo y desarrollándose. Con la figura de este emperador la Iglesia pone en práctica por primera vez la técnica del silencio, una técnica que desde entonces los dirigentes eclesiásticos no han duda en emplear una y otra vez y que consiste en relatar no la totalidad de los hechos, sino sólo aquellos que le son favorables. Se trata de la forma de mentir más perversa que existe, pues no expresa la mentira en lo que dice, sino en lo que calla, y eso es mucho más difícil de descubrir; una técnica en cualquier caso destinada no a la búsqueda y exposición de la verdad, sino exclusivamente a la defensa de sus intereses.

1 comentario:

  1. Me permito recomendarte un libro -tal vez lo has leído- de los imprescindibles: La Edad de la Penumbra -cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico- de Catherine Nixey

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