sábado, 12 de junio de 2021

LA FOSA DE LOS HEREJES


Marburgo, en el Estado de Hesse, es una bella ciudad alemana con un casco antiguo de gran sabor medieval. El río Laha, que recorre el valle de su nombre, cruza su caserío, recorrido también por numerosos arroyos que bajan de las cumbres de los alrededores y crean rincones llenos de encanto y de misterio.
Alejada de la rutas turísticas, Marburgo cuenta en la actualidad con algo más de 80.000 habitantes, posee un enorme y espectacular castillo, situado en lo alto de una elevación desde la que se obtienen preciosas vistas de la ciudad, especialmente en invierno, cuando aparece totalmente cubierta con un manto de nieve levemente teñido del azul diamantino del cielo. Ciudad universitaria una de las seis que existen oficialmente en el país, y ciudad libre desde el siglo XII, en su universidad, de la que han salido nueve premios nobel, estudiaron los hermanos Grimm, cuya impronta ha quedado marcada en las diversas estatuas que aparecen repartidas por el caserío.
La imponente iglesia de Santa Isabel, en la que estuvo enterrada la santa, es la primera que se construyó en Alemania en estilo gótico y constituye el antecedente de la famosa catedral de Colonia. Precisamente hasta esta iglesia llega el Arroyo de los Herejes, hoy cubierto su cauce y convertido en calle, significativo nombre que evoca una de las tragedias que vivió la ciudad, en la que se encuentra también la Fosa de los Herejes, de la que contados historiadores y cronistas hablan.
En 1231, el papa Gregorio IX escribió una carta a su "amado hijo" Konrad von Marburg en la que le nombraba gran inquisidor de Alemania, con el encargo de que pusiera fin a la herejía cátara que se había extendido hasta el actual Estado federal. Konrad ya había actuado contra herejes de diversas tendencias, incluidos cátaros, en 2014, por mandato del papa Inocencio III, pero ahora el encargo de Gregorio IX era mucho más importante. El papa le pedía que utilizara tantos ayudantes como estimara pertinente y que empleara los medios que fuesen necesarios, aun los más expeditivos.
Los papas saben bien a quien escogen para realizar los trabajos más sucios, aquellos que el dirigente de la religión del amor jamás debía encargar. Aunque me equivoco: es tanto y tan grande el amor que embarga a los dirigentes de la Iglesia, de manera especial al papa, que si mandaban a la gente a la hoguera no era por rencor, por odio o por sadismo, sino por amor, por verdadero amor, para hacer que su alma, liberada de la cárcel del cuerpo, se elevara directamente al cielo, donde sería recibida con los brazos abiertos por el Creador.
Nacido en 1880, en Marburgo, Konrad era un cura secular con un poderoso pico de oro, enorme magnetismo y carácter abrumador. Hipotéticamente, era también un masoquista. Al parecer, se castigaba la espalda hasta la sangre con un flagelo que acostumbraba a mostrar en público. En el mausoleo que puede verse en la iglesia de Santa Isabel aparece su figura yacente con dicho flagelo en la mano derecha. Pero era sobre todo un criminal despiadado, sádico y cruel, de lo que ya había dado sobradas muestras en 2014 con los herejes que había logrado apresar.
Konrad, o Conrado, en español, reunió un equipo de sólo dos personas, tan criminales y tan sádicas como él, y se dedicó a extender el terror por Alemania. El Magister, como le llamaban sus paisanos, se jactaba de ser capaz de descubrir a un hereje a través de los muros de su casa. Pero además aceptaba todas las denuncias que le llegaban, sin analizar siquiera mínimamente cual tenía visos de ser verídica y cual era manifiestamente falsa. Y el acusado era detenido de inmediato y sometido "a cuestión", como hipócritamente le llamaba la Inquisición al interrogatorio, en el que no sólo no se descartaba, sino que con enorme frecuencia incluía la tortura.
En la cuestión aparecían tres tipos de "herejes". Los que confesaban y no estaban dispuestos a arrepentirse. Estaban los que negaban ser herejes, incluso sometidos a las más crueles torturas. Unos y otros eran entregados al brazo secular y ejecutados en la hoguera. Porque eso sí, los clérigos eran tan cínicos y tan pulcros, que en modo alguno estaban dispuestos a mancharse las manos de sangre. De hecho, la tortura tampoco la practicaban ellos, sino seglares por ellos contratados y enteramente a sus órdenes. Finalmente, estaban los que, aún siendo inocentes, se declaraban culpables y arrepentidos de sus deslices antes incluso de empezar el interrogatorio. Lo hacían porque esta era la única forma de librarse del tormento y de la hoguera. Pero no se iban de rositas: les cortaban el pelo a trasquilones; los obligaban a llevar una cruz bien visible en su ropa como marca por haber sido herejes; (como puede verse, los regímenes políticos dictatoriales que aparecieron luego no inventaron nada, ya lo había inventado la religión del amor); y todos los domingos tenían que asistir a la misa mayor, durante la que, entre la lectura de la epístola y la del evangelio, medio desnudos o desnudas, eran azotados; un castigo, a modo de penitencia, por tiempo indefinido, que podía ser de años. 
En Marburgo, precisamente, patria chica de Konrad, tuvo lugar uno de los sucesos más trágicos de toda la persecución. Allí el inquisidor reunió a más de cien herejes y los obligó a cavar una profunda zanja a la que, una vez terminada, los arrojaron. Seguidamente, los ayudantes del Magister, la llenaron de leños y les prendieron fuego. Se cuenta que en el profundo silencio de las noches de invierno se escuchan aún los gritos de dolor y de agonía de los desgraciados que se cocían bajo los leños (de nuevo vemos cómo los nazis no tuvieron que esforzarse mucho para inventar los hornos crematorios: aunque rudamente, ya los había inventado la religión del amor.)Mientras los herejes cavaban, familiares y amigos, les suplicaban que se arrepintieran, pero todos ellos se mantuvieron firmes en su fe. Ahora que vengan los historiadores y la propia jerarquía católica a tratar de justificar las barbaridades de la Inquisición con la milonga de que la autoridad civil también practicaba la tortura. A ver si son capaces de poner un sólo ejemplo de una atrocidad siquiera parecida, en el ámbito de la justicia.
Para entonces, Konrad estaba ya lanzado. Invocando una vez más la autoridad papal, en el propio Marburgo detuvo a varios sacerdotes y a personas principales por meras y, en la mayoría de los casos, infundadas sospechas de herejía. Envió a la hoguera al preboste de Goslav Henri Minnike. Acusó de hereje al conde Heinrich III de Sayer y mantuvo su acusación a pesar de que una asamblea de obispos no encontró en él culpabilidad alguna. No se detenía ante nada ni ante nadie. Y como quiera que se tenía la convicción de que de nada iban a servir las reclamaciones y protestas ante el papa de Roma, en 1233 Konrad fue asesinado, más bien ejecutado, cuando viajaba desde Maguncia a Marburgo.

Fuentes:
La corte de Lucifer.- Otto Rahn
Las claves de la Iglesia en la Edad Media.- Emilio Mitre
Las grandes herejías de la Europa cristiana.- Emilio Mitre/Cristina Granda
Historia de las papas.- Laboa
Historia política de los papas.- Pierre Lanfrey

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