jueves, 17 de junio de 2021

LA FLAUTA DEL AFILADOR

 
Mi padre era un hombre muy supersticioso. Había muchas cosas y muchos sucesos que perturbaban su ánimo con el temor de que, a causa de ellos, le iba a ocurrir algo malo a él o a su familia. Ante cualquiera de aquellos elementos, con los que se topaba sorpresivamente, no reaccionaba huyendo como el gato escaldado ante el agua e incluso, como llegaban a hacer muchos, metiéndose en la cama y no saliendo de ella en todo el día. El reaccionaba con cabreos más o menos considerables, según la importancia que le daba al elemento o al suceso en cuestión. 
Pero, misterios del ser humano, había, sobre todo, dos cosas que lo sacaban por completo de quicio: un tuerto o tuerta del ojo izquierdo y la flauta del afilador. Como a los primeros solía encontrárselos únicamente en la calle, sólo manifestaba su cabreo con gestos, bien es verdad que muchas veces demasiado ostensibles, y con bufidos por lo bajo, para que no se diese cuenta la persona privada del ojo izquierdo, porque, en realidad, no tenía nada con ella, sino sólo contra su defecto.
Por el contrario, la flauta del afilador sonaba muchas veces cuando él se encontraba en la casa. Y entonces... ¡San Pascasio de las gominolas y los caramelos de menta! Lo que aquel hombre echaba por su boca. Aunque la flauta del afilador tiene algo de mágico y misterioso, a mí al menos me recordaba y me sigue recordando al flautista de Hamelin, con la procesión de niños detrás de él, encantados por la música de la flauta, yo, en el umbral de la adolescencia, me partía de risa con él. "Pero papá", le decía cebando su ira, "¿qué va a pasar? ¿No es más que un afilador que trata de ganarse la vida? Y añadía, hundiéndole por completo el dedo en el ojo: "Imagínate que fueras tú el que ejerciera ese oficio, ¿te gustaría que la gente reaccionara como tú? Entonces, ¡uffff!, ya no eran sólo sapos y culebras lo que salía por su boca, eran caimanes, cocodrilos y hasta dinosaurios. "Yo ejerciendo...", bramaba. "¿Yo acercando a mi boca esa mierda de flauta? ¡Antes me moriría de hambre!" Porque lo mismo que con los tuertos, mi padre no culpaba al afilador de nada, a la que le temía era a la flauta. 
Luego, naturalmente, no pasaba nada. ¿Qué iba a pasar? Pero aunque pasara, por qué suerte de críptico malabarismo tenía que ser a causa de la flauta del afilador. Sin embargo, él siempre encontraba algo, por insignificante que fuera, para seguir alimentando la caldera de su furia: un formón recién afilado -era carpintero- que se le caía y se le mellaba; el lápiz que habitualmente llevaba en la oreja y que no encontraba, porque, mire usted por donde, lo había dejado inadvertidamente en una esquina del banco; La lija, que se había terminado y no se había acordado de comprar más, etc., insignificancias que no representaban nada pero que para él eran una montaña levantada por la maldita flauta del afilador.
En Andalucía, la tierra de María Santísima, con sus, en muchos casos, fanatismo religioso, la superstición ocupaba un lugar de privilegio en la vida de muchas personas, motivada por las más diversas causas. Muchas de estas supersticiones perduran, aunque hayan perdido fuerza y sólo se mantengan en núcleos especialmente retrasados. Veamos algunas de ellas:

-Antiguamente, en los velatorios, que, entre rezos y lágrimas, se hacían en las casas, donde moría la gente, ponían un plato de sal en el vientre del difunto para ahuyentar a las fuerzas del mal e impedir que su alma o su espíritu regresara al cuerpo, o se quedara a medio camino entre este lado y el otro.


-Un mal regalo fue tiempo ha unas tijeras: se creía que cortaban el hilo del parentesco o de la amistad.

-En las casas en las que se recibían visitas pesadas, inevitables muchas veces porque se trataba de familiares cercanos, se ponía una escoba detrás de la puerta, porque gracias a ella las visitas se iban enseguida.



-Poner un paraguas encima de la cama, especialmente si no estaba hecha, anunciaba la muerte de alguien de la casa.

-Una muerte anunciaba también mecer una cuna vacía.



-Y, que a nadie se le ocurriera, si con una sola cerilla se encendía el cigarrillo de tres fumadores, el tercero tenía los días contados.

-En mi casa, cuando se perdía algo mi madre rezaba una salve -si no recuerdo mal era la única oración que se sabía- y nos instaba a acompañarla a mi hermana y a mí. Lo perdido solía aparecer antes de terminar la oración.

-En muchos sitios de Andalucía lo que se hacía cuando se perdía algo era un nudo en un pico de un pañuelo y recitar la siguiente oración:
                         San Cucufato, san Cucufato,
                         los cojones te ato,
                         hasta que no aparezca (lo que fuera)
                         no te los desato.
Y cuentan que la cosa aparecía enseguida.

-En la parroquia de San Pedro, en Córdoba, se tocaba el campanillo de San Rafael para ahuyentar las tormentas. Soy testigo de que esto funcionaba siempre, claro que el párroco ordenaba tocar cuando la tormenta estaba en todo lo alto, de manera que a los pocos instantes empezaba a alejarse. 


Por cierto, cómo asustaban a mi madre las tormentas. Se descomponía nada más oír el primer trueno. Y entonces eran bien puntuales: hacia el ocho de septiembre allí estallaban las primeras. Y mi madre, pálida, retorciéndose las manos y musitando una vez tras otra:
Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita... Y no recuerdo más, pero era una oración bien larga.

-En distintos puntos de la hoy Comunidad la gente creía que si en una boda alguien hacía un nudo en un pañuelo el novio quedaba "ligado", es decir, embrujado e impotente. 

-En Albox (Almería), el árbol que sobrevivía a un incendio adquiría carácter divino, es decir, conseguía cualidades protectoras. Esta creencia devino en la costumbre del "nochebueno", tronco especialmente grueso que se coloca en el fondo de la chimenea y que al arder protege la vivienda y a sus ocupantes.


-Dicen que todavía se oye galopar por las laderas de Sierra Mágina a los Juancaballos, misteriosos centauros que en épocas de sequía o de nieves intensas bajaban hasta los pueblos en busca de comida. Una creencia que se une a la de los duendecillos domésticos que cambiaban las cosas de sitio, o a la de los malos espíritus, que se colaban en las casas por el ojo de la cerradura. Para evitarlo, la noche de difuntos los vecinos tapaban dicho ojo con gachas.


-En todo el arco del Mediterráneo, principalmente, se sigue celebrando la
Noche de San Juan, noche mágica durante la que en muchos sitios se siguen quemando en la playa toda clase de muebles viejos y, a partir de las doce de la noche, arrojando al mar papelitos con todos los males sufridos a lo largo del año anotados en una cara y, en la otra, los deseos para el año siguiente.

-Los santuarios andaluces rebosan de exvotos, muchos realmente llamativos, cuando no estremecedores. Entre los que cuentan con un mayor número están el de la Virgen de los Santos, en Alcalá de los Gazules (Cádiz); Consolación, en Utrera (Sevilla); Gracia, en Archidona, (Málaga); Rocío, en Almonte, (Huelva), y Virgen de la Cabeza, en Andújar (Jaén).
En ellos se exponen fotografías, cartas, pinturas, prendas de ropa y reproducciones de miembros del cuerpo humano, objetos todos ellos que responden a una curación milagrosa o a un favor importante hechos por  la titular del santuario.


Uno de los que contaban con más exvotos, muchos de ellos terroríficos, era el santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, en la Peña de Arias Montano, sobre el bello pueblito de Alájar, en la Sierra de Aracena. Hace no mucho tiempo los retiraron porque, al parecer, asustaban a los numerosos turistas que visitaban el lugar.

Fotografías:
La de la hoguera de San Juan es de El País
Las demás son de Internet


No hay comentarios:

Publicar un comentario