martes, 5 de marzo de 2024

CAMINO

He vuelto a ver la película Camino, ahora en Prime, y de nuevo he vuelto a experimentar el cúmulo de sentimientos encontrados de la primera vez. La película es impresionante, no en vano se llevó un montón de premios en los Goya de 2008. Cuenta el calvario padecido por una adolescente de 14 años desde el momento en que sufre los primeros síntomas de un cáncer en el cuello hasta su fallecimiento, cinco meses después. Tiene secuencias estremecedoras, como las distintas operaciones que sufre la chiquita, secuencias que, no obstante, fueron tratadas por el director, Javier Fesser (Madrid, 1964), con enorme delicadeza, lo que le confiere un dramatismo todavía mayor. El director, además, conjuga con gran habilidad dosis semejantes de verismo y de imaginación, de manera que, en ocasiones, recuerda a Alicia en el país de las maravillas.
Con todo, lo más angustioso de la cinta no es el sufrimiento de la adolescente, sino el comportamiento de los personajes que la rodean. Trato de escribir con la mayor calma posible, pero no sé si voy a conseguirlo. La madre de la muchachita y una tía, así como una hermana algo mayor, pertenecen al Opus Dei, lo mismo que los médicos que la atienden en el último estadio de su enfermedad y los dos sacerdotes, cuyo único objetivo es que la niña ingrese en la Obra antes de su muerte. Y es aquí, en el tratamiento de estos personajes, inspirados en la realidad, donde el director se muestra más verista, sin llegar en ningún momento a la exageración o 
 a la truculencia. Y aún así, la actitud de estas personas ante el sufrimiento de la niña resulta absolutamente repugnante, de manera especial la de los dos sacerdotes. Ninguno de los dos experimenta el más mínimo dolor, mucho menos compasión, sino que, incluso llenos de una soberbia melosa, hipócrita, repiten una y otra vez que Dios llama a su lado a la enferma porque la ama y que sus padecimientos constituyen prueba evidente de que el amor divino es extraordinario. Producen, a mí, al menos, me han vuelto a producir el mismo asco de la primera vez que vi la película, de nuevo me daban ganas de gritarle: ¿pero qué clase de monstruos son ustedes y qué clase de verdugo es ese Dios que no le basta con llevarse a la niña, sino que además tiene que hacerlo en medio de horrorosos tormentos? ¿No tienen ustedes piedad? 
El Opus Dei es una secta, una secta de las que, si no imposible, resulta sumamente difícil salir. En la película se describe muy bien este hecho mediante el personaje de la hermana de la protagonista, una pobre infeliz que, como tantos, entra en la Obra tras un desengaño amoroso provocado por la madre. Los miembros del Opus, rígidamente separados entre sacerdotes, que son los mandamases, y los siervos, y entre hombres y mujeres, éstas como sirvientas de aquéllos, muestran al mundo un fervor y una entrega a Dios que para muchos puede que resulte loable. Pero se trata de una tremenda impostura. Lo único que buscan es su seguridad. Instalados en el trono de la certeza, que es el más repugnante de los tronos, niegan el riesgo de vivir y niegan, en consecuencia, el dolor inherente a la vida, sublimándolo como un don del amor de Dios, sobre todo cuando se trata de vidas ajenas, como la  de la chiquita en la película. Con esta actitud, pretenden pasar por héroes. En realidad, no son más que un fraude, porque ante un dios como el que ellos dicen adorar, ante ese malvado ídolo que, ahíto de sangre, exige todo el sufrimiento posible de sus criaturas, a un ser humano honrado no le queda otra salida que la de la rebelión, aunque con ello lo único que consiga sea la desintegración total o el castigo eterno. Y es más fraude aún cuando, a pesar de la omertá que utilizan como un escudo, hoy todo el mundo sabe, menos el que no quiere saberlo, que lo que de verdad les interesa es el dinero y el poder.

La película constituye una importante denuncia de esa hipocresía. Y es una denuncia mayor porque no se trata de una obra de ficción pura, sino que está inspirada en la vida real de Alexia González Barros, una muchachita que falleció en 1985, a los 14 años, víctima de un cáncer que le producía tremendos dolores, perteneciente a una familia del Opus Dei. El papa Francisco le ha restado poder a esta institución, pero en 2018 declaró Venerable a la niña, paso previo para su beatificación y subida a los altares, algo que, sin duda, no tardará mucho en conseguir la Obra fundada por José María Escrivá de Balaguer, un hombre de una humildad maravillosa, beatificado por Juan Pablo II el 17-5-1982 y canonizado pr el mismo papa, ¿por quién si no? el 6-10-2002. Sus biógrafos, por cierto, suelen pasar de puntillas por el hecho de que el Fundador o el Padre, como le llamaban, pugnó durante buena parte de su vida por conseguir un título nobiliario, título que acabaría logrando, el de marqués de Peralta,  después de cambiar su nombre de José María por el muchísimo más humilde de Josemaría.


2 comentarios:

  1. Es una delicia leerte. A pesar de la gentuza a la que te refieres, lo haces con mucha delicadeza, pues me imagino que lo que procede es dar rienda suelta y aderezarlos de muchos y buenos epítetos. Son una gente muy mala y cruel, claro para los ajenos, salvo algún fanático que lo acepte de buen grado, aunque creo que no son tontos. Un fuerte abrazo.

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    1. Gracias, Paco. Es así: gente mala que va a apestando la tierra, como dijo Machado. El secretismo con el que actúan y los enormes obstáculos que les ponen a los que quieren salirse es prueba de que no son en absoluto trigo limpio. He procurado hacer como el director de la película: puño de hierro con guante de seda.

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