domingo, 17 de septiembre de 2023

ONCE Y TRECE

Con un robusto fraile carmelita
se confesaba un día una mocita
diciendo: -Yo me acuso, padre mío
de que con lujurioso desvarío
he profanado el sexto mandamiento
estando con un fraile amancebada,
pero yo de mi culpa me arrepiento
y espero por ello verme perdonada.
-¡Vágame Dios!, el confesor responde,
encendido de cólera. ¿Hasta dónde
ha de llegar el vicio en las mujeres
pues sacrílegos son ya son placeres?
Si con algún seglar trato tuviera,
no tanta culpa fuera,
mas, con un religioso... Diga, hermana:
¿qué encuentra en él su condición liviana?
La moza respondióle compungida:
-Padre, hombre alguno no hallaré en la vida
que tenga tal potencia:
sepa Su Reverencia
que mi fraile, después que me ha montado
trece veces al día, aún queda armado.
-¡Sopla! -dijo admirado el carmelita.
¡Buen provecho, hermanita!
De tal poder es propio tal desorden;
de once...sí... ya los tiene nuestra orden
cuando alguno se esfuerza,
¡pero de trece!... Jerónimo es por fuerza.

Este rijoso y desternillante poema no se debe a ningún erotómano o pornógrafo de nuestro tiempo, sino nada menos que a don Félix María Samaniego (1745-1801), sí, Samaniego, el escritor que ha pasado a la historia de la literatura como autor exclusivo de fábulas morales. 
La sociedad española del siglo XVIII, el de la instauración de los Borbones, era una sociedad de doble moral y Samaniego uno de su personajes más significativos. La Inquisición campaba aún por sus respetos, pero la vida estaba cambiando a toda prisa, una vida que en buena parte debía correr subterránea y clandestina, al alcance sólo, de momento, de algunos elegidos que no se curaban en saborear los buenos placeres.
No es el único poema de este tipo que escribió Samaniego. Tiene un libro precioso, El jardín de Venus, auténtica joya de la literatura erótico-jocosa. Son muy numerosos los poemas dedicados que tienen como protagonistas a frailes y a monjas. Yo traigo aquí este hoy principalmente por tal motivo, porque, entre otras cosas, pone de relieve, aun de un modo esperpéntico y exagerado, las costumbres y los vicios de los clérigos de la época, principalmente carmelitas, franciscanos y jerónimos. Estos últimos, sobre todo, y es cosa sabida, eran los grandes folgadores de la época, siempre con el hisopo dispuesto para echar las bendiciones que fuera menester. 
Con la que está cayendo actualmente no sobra, sino que viene bien aquello que nos pueda provocar una sonrisa.

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