sábado, 14 de mayo de 2022

LA TUMBA DE SAN PEDRO

Roma, la vieja Roma, la Ciudad Eterna, se asienta majestuosa y un tanto caóticamente sobre siete colinas. Sus orígenes son oscuros y se pierden en la nebulosa del mito. Se cuenta, lo contaban los viejos romanos, que algún tiempo después del diluvio, cuando la tierra absorbió por completo las aguas que habían caído durante aquellos cuarenta fatídicos días, Noé, acompañado por sus hijos Sem, Cam y Jafet, emprendió un viaje que, Tíber arriba, acabó llevándolo al Lacio, donde, a orillas del río, encontraron un precioso lugar bordeado por siete colinas. Tanto les agradó el sitio que decidieron asentarse en él y fundar una ciudad en cada una de dichas colinas.

No se vuelve a tener noticias del patriarca bíblico y de sus hijos, tampoco de las ciudades que fundaron. Pero una nueva leyenda, que para los antiguos romanos era historia de una autenticidad incuestionable, relata que tras la conquista y destrucción de la ciudad de Troya por parte de los griegos, Eneas, un guerrero troyano, que había conseguido escapar en el último momento, consiguió apoderarse de una nave y emprender veloz huida por el Mediterráneo. El viaje, sin otro destino que el de poner distancia entre él y los griegos, resultó mucho más accidentado de lo que había podido imaginar. Pero un día, alcanzó la desembocadura del río Tíber, entonces llamado Albula y, subiendo por él, alcanzó aquel mismo espacio rodeado de colinas, donde fundó una ciudad que andando el tiempo acabaría siendo la Roma que hoy conocemos.

Sin embargo, el tiempo no se detiene y la imaginación del ser humano tampoco. De manera que más de cuatrocientos años después de la caída de Roma hace su aparición la leyenda de los gemelos Rómulo y Remo, quienes, tras ser abandonados en el bosque, fueron amamantados por la Loba Capitolina, grupo escultórico que recoge a esta figura mítica, cuyo original se encuentra en los Museos Capitalinos y una copia en la plaza del Campidoglio. La leyenda cuenta numerosas peripecias de ambos hermanos hasta que, al final, lo mismo que hizo nuestro rey Emérito en su día con el suyo, Rómulo diera muerte a su hermano. Una vez solo en la cumbre del poder, que habían alcanzado juntos, Rómulo construyó una muralla rodeando las ciudades de la siete colinas. De este modo, unificó el espacio y las siete ciudades se convirtieron, en realidad, en una sola, cuna de la que ha pervivido hasta la actualidad. Estas acciones se realizarían en el siglo VII antes de nuestra Era.
Casi mil años más tarde, el emperador Aureliano (270-275) construyó una nueva muralla mucho más potente, con el propósito de detener la invasión de los bárbaros, que amenazaban seriamente al imperio, incluida la capital. De nada servirían tales murallas y los bárbaros no sólo acabarían con el Imperio Romano, sino que en el siglo IX la ciudad aún no se había recuperado de la invasión y se encontraba en una deplorable decadencia. La mayoría de los grandes edificios públicos y privados, construidos, sobre todo, durante los reinados de Augusto y de Nerón, habían sido expoliados y sus materiales utilizados para la construcción de viviendas particulares, todas de muy mala calidad. Sabido es que cuando el mármol se quema se convierte en cal. Y eso es lo que hicieron los romanos de la época con los maravillosos mármoles que aquellos templos, edificios administrativos, anfiteatros y palacios.

La ciudad, no obstante, seguía conservando su legendario atractivo para la práctica totalidad de los europeos, mucho de los cuales viajaban cada año para conocerla directamente. Entre otras muchas cosas, en Roma se encontraban con un hervidero de leyendas procedentes de las distintas religiones paganas que, a pesar de la furia desatada contra ellas, no habían sido completamente vencidas y desterradas por el cristianismo. Prueba de ello es que muchas fiestas paganas habían sido incorporadas a la nueva religión, aunque disimulándolas bajo una máscara cristiana. Una de estas leyendas, que demuestran del mismo modo la pervivencia del paganismo, seguramente de las más impactantes, se refiere a un tal Lucanius, quien, "joven, rico y de rango senatorial", aunque un tanto ligero de cascos, como contaría más tarde el historiador inglés William de Malmesbury (1095-1143), en cierta ocasión, durante una de sus juergas colocó su anillo de boda en el dedo de una estatua de Venus. Aquella misma noche, mientras dormía la borrachera, Lucanius despertó abrazado fuertemente por la propia diosa, la cual le ordenaba: Tómame, pues hoy te desposaste conmigo." La leyenda cuenta cómo, medio asfixiado ya, Lucanius consiguió que lo liberase del mortal abrazo un sacerdote cristiano, aunque éste tuvo no tuvo más remedio que utilizar un método pagano.
Los viajeros que llegaban a Roma en este siglo IX se encontraban incluso con una guía turística que, con el título de Descripción de la Ciudad Dorada, reunía en curiosa mescolanza, historia, descripción de los distintos monumentos y lugares de interés y leyendas de todo tipo. Una de estas leyendas tiene como epicentro la colina Vaticana, que Aureliano había dejado fuera de su muralla, porque se trataba de una zona desolada, en cuya parte inferior se extendía un pantano en el que abundaba la malaria. Sin embargo, a lo largo de los años, de los siglos, había sido ocupada poco a poco hasta llegar a formarse una ciudad independiente, al otro lado del Tíber. Esta ciudad, cuyos habitantes eran gente de bajísima extracción económica, muchos de ellos mendigos y maleantes, acabaría incorporándose a Roma y dominándola durante bastante tiempo. En esa zona existió un cementerio y, más tarde, el denostado Nerón, cuya biografía está pidiendo una más que necesaria revisión, hizo construir en ella distintas edificaciones recreativas, entre ellas un circo.
Una de aquellas leyendas, que los cristianos pretendían y pretenden tener como tradición, afirmaba que en este circo había sufrido martirio el apóstol Pedro, aunque no existe prueba de que hubiera llegado a estar alguna vez en Roma. La tradición afirma igualmente que había sido enterrado en el cementerio, en un lugar en el que cien años más tarde los cristianos levantaron una ermita. Ya en el siglo IV, dicha ermita fue sustituida por una basílica, que tomó el nombre del apóstol, fundación que, según una nueva leyenda fue realizada por el emperador Constantino. (El cristianismo se fundamenta en su mayor parte en leyendas, en historias que no aportan prueba alguna de su veracidad, en usurpaciones, como la reciente Fiesta de la Cruz, y en falsificaciones, como la famosa Donación de Constantino.)

Debido a las características del terreno, la construcción de esta basílica fue bastante complicada. Tan complicada que la supuesta tumba de San Pedro quedó situada debajo del altar mayor, pero en un pozo de considerable profundidad. No obstante, con grandes habilidad y sutileza, los arquitectos habían dejado un hueco para la visita de los fieles, aunque tan reducido que éstos sólo podían asomar la cabeza. A pesar del evidente timo, las peregrinaciones para visitar la tumba de San Pedro no dejaban de crecer, año tras año. Por otra parte, a medida que ganaban poder, los cristianos de Roma ganaban también riqueza y se olvidaban un poquito más del evangelio. Así es que, en el siglo VII, la puerta principal de la basílica se forró con quinientos kilos de plata, el mismo metal con el que forraron también la supuesta tumba de San Pedro. Menos de cien años más tarde, la plata fue sustituida por oro, con el que labraron también las imágenes que aparecían en los altares, en sustitución de las paganas, cuya destrucción habían perseguido los cristianos con enorme saña. A comienzos del siglo IX, Roma, como queda dicho más arriba, sufría una tremenda decadencia, pero el edificio en el que se encontraba la tumba de San Pedro, contenía un tesoro inmenso, incalculable, en oro, plata y pedrería.
Como no podía ser de otro modo, tal concentración de riquezas despertaba la ambición de muchos para apoderarse de ellas. Y esto, precisamente, es lo que hicieron en tiempos del papa León IV (847-856) los musulmanes que ocupaban Sicilia y que, desde aquí, hacían incursiones depredadoras por la península italiana. En una de ellas, ascendieron por el Tíber y saquearon enteramente la basílica, que carecía de la más mínima defensa. Sin embargo, no resultó un quebranto demasiado grande para el papado, andando el tiempo, la vieja basílica sería sustituida por la que sigue existiendo hoy, la gran Basílica de San Pedro, cuyas riquezas, sólo en pinturas multiplican en mucho las anteriores. La pretendida tumba del apóstol, se encuentra en las Grutas Vaticanas, bajo el altar papal.

Fuentes.- Los malos papas.- E.R.Chamberliu
Guía de Italia.- Anaya
Historia de Italia.- Christopher Duggan

Imágenes: Internet 

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