¿Cuánto juega en nuestra vida el azar? ¿Somos tan libres como creemos o alguna fuerza extraña y desconocida controla y dirige nuestros pasos más allá de nuestra creencia? Un día, bruscamente, te sientes mal. Te levantas por la mañana de la cama y no puedes tirar de tu cuerpo, te sientes cansado, sin fuerzas, a pesar de que has dormido de un tirón casi ocho horas. Respiras con dificultad. Tanta que, por momentos, sientes que te ahogas.
Has trabajado mucho en los últimos meses. Demasiado. Y es probable que estos síntomas sean fruto de esa intensa actividad, aunque no deja de sorprenderte que hayan aparecido de un modo tan brusco. Decides que lo mejor es acudir sin demora al médico. Seguro que, con unos comprimidos, algún jarabe y, en el peor de los casos, con unas inyecciones, todo vuelve a la normalidad. El señor doctor no le da demasiada importancia ni a tu estado ni a lo que cuentas. No obstante, decide hacerte una serie de pruebas "para confirmar que no hay nada que temer", dice. Pero el diagnóstico es demoledor: Tienes un cáncer de pulmón y sólo hay una solución posible: la extirpación quirúrgica de uno de tus pulmones, el izquierdo, aunque el médico no garantiza el éxito de tal intervención. "Pero si no hacemos nada", asevera, "Sólo le quedarán a usted unos meses de vida, diez como mucho.
El mundo gira entonces ante ti como una peonza en un charco de lodo. Te desmoronas y estás a punto de caer allí mismo, en la consulta del médico. Tienes que morir, como morimos todos, pero eres aún demasiado joven como para soportar serenamente una noticia como esta. Durante unos días casi no consigues aceptar tu mala suerte. Sólo una idea se va abriendo paso en tu cabeza: No quieres morir aún, pero mucho menos morir a causa de un cáncer, no estás dispuesto a irte consumiendo como una llama a la que se le está terminando el combustible. ¿Entonces? Tendrás que tomar una decisión para abandonar con dignidad un mundo al que tú no pediste venir. Poco a poco vas recuperando el valor y, aunque sólo han pasado cuatro días de la sentencia del señor doctor, ya piensas en formas y en medios para alcanzar el objetivo que te estás planteando.
Una semana más tarde, recibes una llamada del médico. Piensas que va a proponerte la fecha para la intervención, pero lo que te dice es que ha habido un error en tu diagnóstico, que, en un descuido totalmente involuntario, la enfermera puso tu nombre en el expediente de otro paciente con pruebas idénticas a las tuyas. ¡Ah! ¿Cómo podría medirse tu alegría? Ni siquiera te indignas con el médico. Sólo descubres alborozado la cantidad de vida que puedes tener aún delante de ti. Descubres que llevamos la muerte inscrita en nuestras células desde el mismo momento de nuestra concepción y te dices que no vale la pena tanto esfuerzo y tanto trabajo, cuando nos impiden disfrutar del poco tiempo del que disponemos.
Con un nuevo entusiasmo, decides entonces abandonarlo todo y emprender un viaje. Un viaje en plan Machu-Pichu, es decir, con el macuto y unas buenas botas para caminar. Y sin un lugar o una meta prefijada a la que dirigirte. Así, subes al primer tren que encuentras en la estación a punto de salir. Se trata de un tren antiguo, de aquellos que contaban con departamentos cerrados y su pasillo a lo largo del vagón, en el que se daban cita, sobre todo, los fumadores. Cuántos viajes nocturnos, incapaz de conciliar el sueño en tu asiento, has pasado la noche fumando cigarrillo tras cigarrillo y charlando con un desconocido.
A poco de partir el tren, te diriges al vagón restaurante, te sientas ante una de las frágiles mesitas y pides al camarero un té. Enfrente de ti, otro pasajero, más o menos de tu edad, pide también un te. Aquí lo sirven en delicadas tazas de porcelana cubiertas con una tapa del mismo material para que no se pierda ni un ápice de su aroma y su sabor. Con el traqueteo del tren, las tapas de la tazas vibran y amenazan con caer. Entonces alargas la mano para sujetarla. Tu vecino de mesa hace exactamente lo mismo en el mismo momento y, como ambas tazas están muy próximas, vuestras manos se rozan levemente. Este roce provoca la sonrisa de los dos y, al mismo tiempo, da pie para que iniciéis una conversación. A pesar de su juventud, el viajero es un hombre experimentado. Tiene una voz más grave que aguda, muy agradable, y su conversación es serena y fluida. Ha viajado mucho. Cuenta anécdotas de sus viajes. Y en un momento dado menciona como de pasada la Montaña del Alma.
Gao Singjian
¡La Montaña del Alma! Estamos en China, en el sur todavía veraniego de China y el que ha hablado hasta aquí es Gao Xingjian (1940), un autor chino que se vio obligado a huir de su país como consecuencia de la Campaña Contra la Contaminación Intelectual llevada a cabo en los años ochenta del siglo pasado, una reminiscencia de la famosa Revolución Cultural, prolongada durante diez años, los que van de 1966 a 1976. Las obras de Gao fueron prohibidas y su vida corrió verdadero peligro. En 1987, tras quemar todos sus manuscritos, logró viajar a París, donde vive desde entonces y donde consiguió la nacionalidad francesa.Gao es un artista polifacético, es escritor, en el año 2000 recibió el premio nobel de Literatura, escribe tanto novela como teatro o poesía. Pero, además, es pintor y ha hecho también cine. En ambos terrenos, el de la palabra y el de la imagen, Gao es un gran innovador. Ha modernizado el idioma chino y ha revolucionado el teatro.
¿Pero qué es la Montaña del Alma? Antes de nada, es un lugar, un lugar remoto, extraviado en el laberinto de las montañas del país y al que para llegar se necesita una gran dosis de energía, de valor y de humildad. Es también la metáfora del caminante que busca la paz interior. Y es, sobre todo, el título de un libro fascinante, novela, libro de viajes y hasta un tratado filosófico al alcance de todos los públicos. El libro ofrece un recorrido por el territorio montañoso de China en el que se se mezclan las viejas tradiciones con la aparición de un progreso no siempre positivo. Cuenta sólo con tres personajes: Yo, Tu y Ella, que se suceden como protagonistas en cada uno de los capítulos. En su caminar, los tres van encontrándose con personajes secundarios, la mayoría extraordinariamente singulares, a través de los cuales se mezcla lo real con lo fantástico y aún con lo onírico. Así, podemos encontrarnos con El Acantilado de los Fantasmas en Pena; con las Mujeres de la Camelia, con el Dragón de los Cinco Pasos. Pero también con la defensa del medio ambiente al tratar, por ejemplo, del retroceso del oso panda, o de los problemas que ha originado la presa de las Tres Gargantas. Un delicado erotismo, a ratos muy elocuente, atraviesa buena parte del texto haciéndolo más sugerente aún.
No diré si el viajero, o los viajeros, Yo, Tú y Ella, consiguen encontrar la Montaña del Alma. Eso es algo que dejo al posible lector.
Imágenes: Internet
Gracias por tu texto, Rafael
ResponderEliminarGracias a ti, Melatregues. Un abrazo
Eliminar