viernes, 4 de agosto de 2023

DE COMO APRENDÍ A AMAR EL DECORO

Mi prima Rafi se casó un domingo del mes de julio de 1958. Se casó en la parroquia de San Pedro, a las once de la mañana, si no recuerdo mal. Acababa de cumplir diecinueve años y era francamente guapa. A mí, al menos, un chavalín entonces que asistía a una boda por primera vez, me lo parecía, con su cara de cordobesa,  en la que destacaban sus grandes ojos negros, con el vestido tan blanco y la sonrisa tan pura.
En aquel tiempo, yo tenía una familia amplia, como solían ser las familias entonces, y entre abuelos, tíos, primos, cuñados, sobrinos y nietos, bien pudimos reunirnos aquel día más de setenta familiares, a los que se añadían los amigos y conocidos invitados por los novios y padrinos (por aquel entonces, la invitación a una boda no constituía el drama crematístico que constituye hoy)
Hacía calor aquel día. Mucho. ¿Qué otra cosa se podía esperar en el mes de julio en Córdoba? Pero aún así, todos nos reunimos en la iglesia de punta en blanco, los hombres, de traje y corbata, incluidos los niños, con la única diferencia de que nosotros vestíamos pantalón corto. Las mujeres más jóvenes lucían aquellos vestidos de amplias faldas que pujaban las enaguas almidonadas, y las maduras, trajes de dos piezas, chaqueta y falda, ésta entallada y hasta la pantorrilla. En el grupo destacaban siete muchachitas, primas mías y primas entre sí, de edades comprendidas entre los quince y los diecisiete años, un verdadero ramillete de muchachas en flor, como más tarde, leyendo a Proust, las evocaría en tantas ocasiones.
A las once menos tres o cuatro minutos hicieron su entrada los novios, del brazo de la madrina y del padrino, respectivamente, y a los acordes de la marcha de Mendelssohn que tocaba al armonio el sacristán Rafalito. A las onces en punto, salió el párroco, don Julián Caballero Peñas, grande, colorado, con las gafas de culo de vaso, con su bien lograda tripa que la casulla no conseguía disimular. Lo precedían un par de monaguillos vestidos con las clásicas sotana y esclavina rojas.
La misa se decía entonces en latín y de espaldas a los fieles -como Dios mandaba y como, sin duda, le gustaría que volviera a hacerse hoy a don Demetrio Fernández, el obispo de Córdoba- de modo que durante un rato -el introito, el confiteor, etc.- todo fue bien. Luego, tras la lectura del evangelio, el señor párroco se volvió y se acercó al gran sillón barroco de terciopelo rojo desde el que acostumbraba a ofrecer su sermón. Llegó a sentarse incluso. Y hasta carraspeó un par de veces, como solía hacer antes de empezar a hablar. Seguidamente, lanzó una penetrante mirada sobre la concurrencia, una mirada larga, avizorante, de auténtica ave de presa.
Esta es la casa del Señor -exclamó con su poderosa voz de tenor- y esta que celebramos hoy es una ceremonia sagrada. ¡Sagrada! -insistió casi en un bramido-. Aquí no se puede venir sino con el debido decoro, el decoro que exige estar en la presencia de Dios. ¡Aquellas muchachas! -bramó ahora extendiendo el brazo y señalando con el dedo índice- ¡A la calle! ¡Inmediatamente! ¡A la calle!
Aquellas muchachas eran cinco del ramillete de mis siete primas a las que -mire usted que indecorosas- se les había ocurrido acudir a la boda en manga corta, sin tener la precaución -y la hipocresía- de entrar al templo con el socorrido maguito que se ponían la mayoría de las mujeres para cubrir la totalidad del brazo y que se apresuraban a quitarse tan pronto como salían de la iglesia. Corridas de vergüenza, mis cinco primas se levantaron con la cabeza gacha y las lágrimas asomando a sus ojos y abandonaron el  templo igual que delincuentes, entre el más absoluto silencio y la consternación general. Nadie, sin embargo, osó levantarse para acompañarlas, nadie chistó, nadie fue capaz siquiera de alzar la cabeza y arrojarle al cura, al menos, la mirada que se merecía.

P.S. Más o menos tal cual, esta entrada la publiqué en el desaparecido El cuaderno escarlata en el mes de octubre del año 2010. Vuelvo a publicarla ahora porque estoy convencido de que muchos de los votantes de la extrema derecha menores de cuarenta, cincuenta años, no saben lo que fueron los años de la Dictadura, ni conocen el tremendo poder de un simple cura de parroquia, poder que revelaba el de la Iglesia en general. "Hoy, una cosa así ya no puede suceder.", es posible que digan. Y es cierto, de momento, hoy no ocurriría, pero las libertades no se ganan de una vez y para siempre, y si el auge de la extrema derecha se mantiene, que nadie tenga dudas, de que todo aquello volvería a repetirse. Mirad lo que está ocurriendo ya en algunas Comunidades y bastantes Ayuntamientos, en cuyo gobierno han conseguido penetrar. Y mirad la actitud, siempre levantisca y de enfrentamiento, del actual obispo de Córdoba.

Imágenes: Internet

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Pues toda la razón, las libertades conseguidas nos la pueden quitar de un plumazo. Así que un paso atrás ni para coger impulso.
    Un saludo

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