Cuenta Orhan Pamuk (Estambul, 1952) que con siete años pasó un verano en Ginebra, donde su padre, ingeniero, trabajaba. Allí oyó por primera vez en su vida el sonido de las campanas de las iglesias y tuvo la sensación de que se encontraba no en Europa, sino en la Cristiandad (sí, en mayúscula, como lo escribe él).
Pamuk, premio nobel de Literatura en 2006, es autor, entre otras, de las novelas La casa del silencio, El castillo blanco, El libro negro, La vida nueva, Me llamo rojo y Nieve y el libro mitad autobiografía mitad descripción de su ciudad natal Estambul.
Nacido en una familia media-alta -su abuelo había ganado muchísimo dinero con la construcción de los ferrocarriles turcos-, Pamuk es un renovador de la literatura turca. Es también un autor occidentalizado que no reniega de la cultura tradicional de su país, sino que la asume plenamente, incluyéndola en sus obras. No tiene pelos en la lengua para hablar de y condenar el genocidio armenio llevado a cabo por los turcos entre 1915 y 1916, genocidio que han venido negando sistemáticamente todos los gobiernos turcos. O para hablar de los golpes de Estado que en diferentes momentos ha sufrido Turquía, con su cadena de encarcelamientos y de torturas masivos, que han afectado de manera especial a los escritores. No puede decirse pues que Pamuk sea sospechoso de defender un radicalismo islámico y ni siquiera exclusivamente los intereses turcos.
Estambul
Con lamentable retraso, puesto que se publicó en España en 2008, leo ahora Otros colores, publicado en Turquía en 1998, una colección de "hechos, ideas, imágenes y fragmentos de vida que todavía no han encontrado su camino en mis novelas", en palabras del propio autor. Aquí cuenta Pamuk cómo cuando él era un adolescente e incluso un jovenzuelo, en las comidas familiares que se celebraban en casa de su abuela paterna se hablaba continuamente de Europa, con el anhelo más que el sueño de un día pertenecer a ella de pleno derecho. "En europa es así como se hace" repetía cualquier miembro adulto de la familia acerca de tal o cual cosa; o "esto es lo que se piensa o se dice en Europa", respecto a un hecho concreto. Este anhelo y esta forma de expresarse se daban no sólo en la familia de Pamuk, sino en las clases medias y altas estambulíes. Mucho tiempo después, cuando Pamuk ya era un hombre, aquel anhelo, aquel sueño, se había convertido en dolor, en frustración y aun en desprecio, "en la rabia de haber perdido sus esperanzas en la civilización", en palabras del propio Pamuk.
Pero, ¿cuál eral la causa de semejante cambio de opinión? La situación de Turquía con respecto a Europa es sumamente paradójica. En 1951, el país es admitido como socio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), siendo el Estado con mayor ejército de la Organización, después del de Estados Unidos. Algo más tarde, Turquía se incorporó a la Organización para la Cooperación Económica Europea (OCEE); se incorporó a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y se incorporó al Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD).
En 1959, el Gobierno turco presentó su solicitud para el ingreso de Turquía como miembro asociado de la Comunidad Económica Europea (CEE), siendo admitida en 1963, un retraso de cuatro años debido al golpe de Estado militar que se produjo en el país en 1960. En este tratado, firmado en Ankara, la capital de Turquía, ya se contemplaba la posibilidad de que el país se convirtiera en miembro de pleno derecho de la CEE.
En efecto, en 1987, Turquía solicita su incoporación a la Comunidad Económica Europea (CEE). La solicitud fue rechazada por la situación política y económica del país otomano, así como por la situación de la isla de Chipre, en disputa con Grecia, un Estado miembro.
Como consecuencia de este rechazo, Turquía rompe prácticamente relaciones con la CEE. No obstante, en 1996, es el primer país no perteneciente a la Unión Europea que entra a formar parte de la Unión Aduanera para productos industriales y agrícolas transformados. En este Tratado no se contemplaba la libertad de movimiento de personas, servicios o capitales, sólo la supresión de un gran número de impuestos y de aranceles.
En la cumbre europea de Helsinki, celebrada en 1999, se reconsidera en parte el asunto y Turquía consigue la categoría de país candidato para su acceso a la CEE. En 2002 se reconocen por parte de la Unión Europea importantes avances en el cumplimiento de los criterios europeos para la admisión de un nuevo miembro. En 2005 se inician, por fin, negociaciones para la adhesión. Pero las negociaciones se alargan y se alargan y se alargan, hasta su paralización en 2018. En mayo del año en curso, 2025, el Parlamento europeo, con mayoría de derechas, vota a favor del mantenimiento de la paralización.
Mustafá Kemal Ataturk, fundador de la República de Turquía y de la modernización del país dijo en cierta ocasión: "Occidente siempre ha visto con prejuicio a los turcos, pero nosotros, los turcos, siempre hemos avanzado sistemáticamente hacia occidente."
Ataturk
Occidente y, en concreto, Europa, sigue rechazando hoy a los turcos con justificaciones tan peregrinas como que Turquía no es un país Europeo, cuando, si el Mediterráneo es el mar de Europa, más de la mitad de Turquía está bañada por este mar. O los avances en derechos humanos son insuficientes, cuando se tiene como socios a países como Hungría o Polonia, que se pasan dichos derechos por el arco del triunfo. O insuficiente es también el trato a la mujer, cuando la mujer turca tiene derecho a voto y a concurrir en las elecciones como canditada al Congreso desde 1934, antes que más de un país de la Comunidad, por ejemplo, España, y cuenta con leyes que sancionan su plena igualdad con los hombres.
No. Turquía es un país laico, si bien la mayoría de su población es islámica. Esta, la del islamismo, es la única razón del repetido atasco de las negociaciones por parte de una Europa cada vez más escorada hacia posiciones de extrema derecha. Europa es cristiana, ¿cómo vamos a admitir a un país islámico? No obstante, la hipócrita Europa no rompe definitivamente la negociaciones y rechaza de una vez el ingreso de Turquía en la Comunidad Europea porque, en palabras de Félix Abad Alonso, comodante del ejército de tierra: "Una Turquía rechazada se volvería más islámica, más proclive a vetar la ampliación de la OTAN y menos proclive a buscar la estabilidad y la integración de una Asia Central secular." Pero, además, sigue diciendo el comandante: "Turquía se aliaría con países del Mar Negro y Asia Central y se perderían los recursos estratégicos de esos lugares. La economía turca se resentiría, situando un país pobre e inestable a las puertas de Europa. La política europea hacia Oriente Medio y Asia quedaría mermada al perder el nexo de unión que constituye Turquía, así como el muro de contención del islamismo radical." Europa, cada vez más alejada de sí misma, cada vez menos democrática, camina a pasos agigantados hacia su hundimiento total, que es lo que, además, anda persiguiendo el tipo ese al que llaman Trump.
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