sábado, 29 de marzo de 2025

DE CÓMO APRENDÍ A AMAR LA CONFESIÓN

Foto Juan Carlos Rodri
No recuerdo bien mi edad exacta, catorce o quince años, el tiempo pasa y la memoria se resiste a veces a recordar con exactitud ciertos detalles. Pero no, seguro, si tenía quince años, los había cumplido muy recientemente, porque el suceso, eso sí lo recuerdo bien, se produjo un día lluvioso del mes de octubre. ¡Resultó tan largo el calvario, tan tortuoso! No es empresa fácil romper las amarras cuando desde la más tierna edad te han atado férreamente al muelle. En medio de la tormenta de dudas, de remordimientos y de recriminaciones, la brújula llevaba ya un tiempo intentando señalar el camino a seguir, pero la aguja no acababa de detenerse en la dirección oportuna, todavía seguía yo oyendo misa los domingos y todavía me acercaba al confesionario a contarle al cura mis pecados. Pero cada vez distanciaba más una confesión de otra y, además, cuando lo hacía cambiaba de iglesia y de cura.
Foto Juan Carlos Rodri
Ocurrió un domingo de octubre, como he dicho, de 1960 o 1961, a eso de las nueve cincuenta de la mañana en la iglesia de San Pablo. Recuerdo la hora  porque la misa era a las diez y era a la que yo me proponía asistir. Para el que no la conozca, la iglesia de San Pablo es de estilo gótico, grande y hermosa, pero también umbría. La regían y la rigen los Misioneros Claretianos Los confesionarios, situados en las naves laterales, quedaban en una semioscuridad que, en principio, a mí me parecía protectora. Varios de ellos estaban ocupados por sacerdotes que esperaban a los confesantes. Al que yo me acerqué lo ocupaba un cura no muy mayor, de unos treinta y cinco años, como mucho. Las mujeres confesaban en los laterales del confesionario, a través de una ventanita cerrada con una celosía, de tal manera que su rostro apenas era visible para el cura (de los trucos para superar esta separación, ya hablaremos otro día). Pero los hombres confesábamos por delante, a pecho descubierto, es decir, sin separación alguna y cara a cara con el saceardote. Me arrodillé ante él y murmuré:
Niño confesando
-Ave María Purísima
.
-Sin pecado concebida- respondió el cura, y me rodeó el cuello con su brazo y acercó su cara a la mía hasta situar su boca a menos de dos centímetros de mi oído- ¿Cuándo fue tu última confesión?
-Hace... -le dije el tiempo, tres o cuatro meses, no lo recuerdo.
-¿Y de qué te acusas, hijo?
¿Yo? ¿De qué iba acusarme yo? De lo de siempre.
-Me he masturbado, padre
Ahora el cura tendría que preguntarme cuántas veces. Y eso fue lo que me preguntó:
-¿Cuántas veces, hijo?
A mí su abrazo empezaba a resultarme un tanto molesto. Su olor además, un olor suavísimo, pero también penetrante, a esencia de pura santidad, supongo, se me estaba entrando hasta lo más hondo de la nariz, causándome una sensación muy rara, como de vértigo. Pero se las dije:
-Muchas veces, padre. No recuerdo el número.
Ahora el cura tendría que decir, ¿de qué otro pecado te acusas? Pero lo que dijo fue:
-Y cuando te masturbas, ¿en qué piensas, hijo mío? ¿Cómo lo haces?
Me dejó sorprendido. No sabía qué decir. Pero lo comprendí en sólo unos segundos, los que tardé en reaccionar. Me eché ligeramente hacía atrás, acerqué mi boca su oído y se lo dije, bajito, para que sólo él lo oyera, le dije:
-¡Yo me cago en tu puta madre!
Me levanté sin aspavientos y salí a paso rápido de la iglesia.
Fue definitivo. Nunca más he vuelto a acercarme a un confesionario. Y si he vuelto a entrar en una iglesia ha sido como turista o para asistir a algún acto de carácter social, como una boda, un bautizo o un entierro.


lunes, 24 de marzo de 2025

UN PAPA PARA UN CADÁVER

Edicto de Milán
Durante los primeros tiempos del cristianismo, digamos los tres primeros siglos, la Iglesia naciente y creciente pedía antes que nada libertad. Luego, cuando, a partir del siglo IV, con el famoso Edicto de Milán, emitido por Constantino en 313, el cristianismo dejó de estar prohibido y perseguido, es decir, una vez libre, la Iglesia ejerció está libertad acosando a las por ella llamadas religiones paganas, que contaban con una antigüedad de bastantes siglos y más de una hasta de milenios, abogando ante los emperadores por la prohibición de todas ellas. Tal prohibición, con graves consecuencias para quien se atreviera a continuar practicándolas, la consiguió la Iglesia de Teodosio I, llamado el Grande (347-395)

Teodosio I
Desde entonces y hasta el Renacimiento, es decir, durante mil años (se dice pronto), más o menos, el dominio eclesiástico sobre la totalidad de la sociedad llegó a ser tan abrumador que tales mil años constituyen un freno o, mejor, un tremendo retraso en el progreso técnico, pero también en el progreso moral. Eso sí, una moral para el ser humano en este mundo, en el que se desarrolla nuestra vida y único de cuya existencia tenemos constancia real, una moral cuyo eje no sería otro que el de la libertad del individuo para hacer con su vida, pues sólo suya es, lo que le pareciera, siempre que no constriñera o dañara la vida de los demás o, lo que viene a ser lo mismo, con sujeción a normas exclusivamente terrenas.
Donación de Constantino
Mi reino no es de este mundo,  cuenta el evangelista que afirmaba Jesús. Bien, pero por si acaso, tras la caída del imperio romano de Occidente, con la abdicación ante los bárbaros de Rómulo, el último emperador, ocurrida en 476, la Iglesia no sólo terminó adueñándose de Roma, sino que se hizo con un amplio trozo de Italia, el conocido Patrimonio de San Pedro, utilizando para ello un documento falso, la llamada Donación de Constantino, territorio que más tarde sería confirmado y ampliado por el franco Pipino el Breve (714-768), padre de Carlomagno y primer rey carolingio de los francos, después de usurpar el trono de los merovingios, con el apoyo del papa Zacarías (741-752)
El conocimiento al que habían llegado los griegos desapareció, asediado, repudiado y perseguido por la Iglesia. Los griegos, conocían la existencia del átomo (Demócrito), el movimiento constante de éste (Leucipo), el mecanismo de la visión (Empédocles), la eternidad de la materia (Anaxágoras). Sabían que la tierra es una esfera que gira alrededor del sol, incluso llegaron a calcular su circunferencia (Eratóstenes), con una diferencia de sólo unos metros con la medida actual, conseguida con nuestros medios muchísimo más sofisticados. Conocían las reglas de la perspectiva, no hay más que ver las esculturas que se han ido localizando en distintas excavaciones por media Europa. Habían llegado bastante lejos en matemáticas (Pitágoras) y en geometría (Euclides), hasta el punto de que el teorema del primero y los principios del segundo siguen siendo válidos en la actualidad.
Para empezar, la Iglesia, tomando literalmente el cuento bíblico de que el sol se paró para que Josué pudiera derrotar a los amorreos antes de que llegara la noche, estableció que la tierra era plana y que era el sol el que giraba a su alrededor. Esta afirmación, absolutamente arbitraria, se convirtió en un dogma tan importante que no sólo supuso, por ejemplo, la condena de Galileo, por afirmar lo que ya conocían los griegos, cuya certeza él había podido comprobar, sino que al día de hoy, influidos por motivaciones religiosas, no son pocos los que siguen creyendo y defendiendo tan desquiciada superchería.
Rembrand
Entre las muchas prohibiciones que durante este periodo estableció la Iglesia, una de las más importantes fue la de la disección de cadáveres. El fundamento de esta prohibición era doble, por una parte, los jerarcas eclesiásticos, con el papa a la cabeza, creían que el cuerpo humano formaba parte del misterio divino, por lo que, una vez muerto, adquiría un carácter casi sagrado. Pero, por otro lado, temía que una representación perfecta del cuerpo, bien en pinturas, bien en esculturas, como las que se venían descubriendo al construir nuevos edificios, propiciara el regreso de la idolatría pagana.
En el Renacimiento, científicos, médicos, pintores y escultores pretendían realizar dicha práctica los primeros para recuperar el saber anterior al cristianismo, del que cada vez se obtenían nuevas y más precisas noticias y aplicarlo en sus respectivos campos de actuación. Y los segundos con el propósito de conocer a fondo nuestro cuerpo para perfeccionar sus obras. Unos y otros sólo practicarían la disección con los cuerpos de los malhechores.
La prohibición eclesiástica era de gran dureza, con fuertes penas para quien la violase. No obstante, la curiosidad humana, el ansia de conocimiento, son más fuertes que todas las prohibiciones y tanto científicos como artistas, olvidando el riesgo que corrían, burlaban la prohibición contratando ladrones que al caer la noche robaban de los cementerios cadáveres recién enterrados, cadáveres que, una vez utilizados, eran devueltos antes de amanecer, así de rápidos tenían que actuar los infractores para no ser descubiertos.
León X
En este tiempo, pintores y escultores no gozaban de la independencia que pueden llegar a tener hoy, sino que trabajaban siempre por encargo, de manera que se veían obligados a asumir que quien pagaba era quien disponía qué pintar o qué esculpir. Carecían igualmente de la consideración de artistas, para los mecenas de la época no pasaban de ser meros artesanos, incluso figuras de la importancia y la grandeza de Rafael de Urbino, Botticelli, Leonardo da Vinci o Miguel Ángel. Por otra parte, quien más dinero tenía en aquella época era la Iglesia, por lo que era ella la que más encargos hacia a los artista, a los que contrataba poco más que como asalariados.
En 1513, con el nombre de León X, alcanzó el trono papal Juan de Médicis, segundo hijo del florentino Lorenzo de Médicis, conocido como Lorenzo el Magnífico. Juanito había tenido una carrera precoz: con sólo siete años era ya protonotario apostólico; a los doce, cardenal; a los catorce, diácono; y a los 38 papa, cargo para el que, una vez elegido, tuvo que ser ordenado sacerdote. Con una brillante educación, propia de la Florencia de su tiempo, su pontificado se caracterizó ante todo por extender el poder de su ya poderosa familia, pero durante él tuvo que lidiar con las andanzas de Lutero y sus noventa y cinco tesis clavadas en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos, de Wittenberg, en 1517.
Leonardo da Vinci
El mismo año de su coronación, León X llamó a Roma a Leonardo da Vinci, lo alojó en el propio Vaticano y le encargó diversos trabajos relacionados con su pontificado y con su familia. Pero pasaba y pasaba el tiempo y Leonardo no producía nada de lo que el papa le había encargado. Al cabo de tres años, sólo le había mostrado algunos elementales bocetos de los que apenas podía deducirse nada. Cierto día, el papa, bastante amoscado, decidió hacerle al artista una visita sorpresiva, con objeto de recriminarle su dejadez. Para ello, aguardó a la noche y, una vez avanzada ésta, se dirigió a su estancia, acompañado de algunos de sus guardias. Entró en tromba, esperando cogerlo dormido para que su sorpresa fuera mayor, pero lo que vio lo dejó paralizado: Leonardo estaba allí, inclinado sobre un cadáver al que le practicaba la disección. "¡Fuera!", gritó el papa recuperándose. "¡Fuera!" Aquel tremendo delito en su propia casa. "¡Ponedlo en la calle! ¡Ya!" A sus soldados. "¡Ya!"
Nunca se supo como es que León X no ordenó el encarcelamiento de Leonardo. Pero, por si el papa se arrepentía, Leonardo huyó de Roma y de Italia y se refugio en Francia, donde vivió hasta su muerte.

Fuente:
Los secretos de la Capilla Sixtina.- Benjamín Blech y Roy Doliner
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Historia de Italia.- Christopher Duggan
 

lunes, 17 de marzo de 2025

LA MONTAÑA DEL ALMA

¿Cuánto juega en nuestra vida el azar? ¿Somos tan libres como creemos o alguna fuerza extraña y desconocida controla y dirige nuestros pasos más allá de nuestra creencia? Un día, bruscamente, te sientes mal. Te levantas por la mañana de la cama y no puedes tirar de tu cuerpo, te sientes cansado, sin fuerzas, a pesar de que has dormido de un tirón casi ocho horas. Respiras con dificultad. Tanta que, por momentos, sientes que te ahogas.
Has trabajado mucho en los últimos meses. Demasiado. Y es probable que estos síntomas sean fruto de esa intensa actividad, aunque no deja de sorprenderte que hayan aparecido de un modo tan brusco. Decides que lo mejor es acudir sin demora al médico. Seguro que, con unos comprimidos, algún jarabe y, en el peor de los casos, con unas inyecciones, todo vuelve a la normalidad. El señor doctor no le da demasiada importancia ni a tu estado ni a lo que cuentas. No obstante, decide hacerte una serie de pruebas "para confirmar que no hay nada que temer", dice. Pero el diagnóstico es demoledor: Tienes un cáncer de pulmón y sólo hay una solución posible: la extirpación quirúrgica de uno de tus pulmones, el izquierdo, aunque el médico no garantiza el éxito de tal intervención. "Pero si no hacemos nada", asevera, "Sólo le quedarán a usted unos meses de vida, diez como mucho.
El mundo gira entonces ante ti como una peonza en un charco de lodo. Te desmoronas y estás a punto de caer allí mismo, en la consulta del médico. Tienes que morir, como morimos todos, pero eres aún demasiado joven como para soportar serenamente una noticia como esta. Durante unos días casi no consigues aceptar tu mala suerte. Sólo una idea se va abriendo paso en tu cabeza: No quieres morir aún, pero mucho menos morir a causa de un cáncer, no estás dispuesto a irte consumiendo como una llama a la que se le está terminando el combustible. ¿Entonces? Tendrás que tomar una decisión para abandonar con dignidad un mundo al que tú no pediste venir. Poco a poco vas recuperando el valor y, aunque sólo han pasado cuatro días de la sentencia del señor doctor, ya piensas en formas y en medios para alcanzar el objetivo que te estás planteando.
Una semana más tarde, recibes una llamada del médico. Piensas que va a proponerte la fecha para la intervención, pero lo que te dice es que ha habido un error en tu diagnóstico, que, en un descuido totalmente involuntario, la enfermera puso tu nombre en el expediente de otro paciente con pruebas idénticas a las tuyas. ¡Ah! ¿Cómo podría medirse tu alegría? Ni siquiera te indignas con el médico. Sólo descubres alborozado la cantidad de vida que puedes tener aún delante de ti. Descubres que llevamos la muerte inscrita en nuestras células desde el mismo momento de nuestra concepción y te dices que no vale la pena tanto esfuerzo y tanto trabajo, cuando nos impiden disfrutar del poco tiempo del que disponemos.
Con un nuevo entusiasmo, decides entonces abandonarlo todo y emprender un viaje. Un viaje en plan Machu-Pichu, es decir, con el macuto y unas buenas botas para caminar. Y sin un lugar o una meta prefijada a la que dirigirte. Así, subes al primer tren que encuentras en la estación a punto de salir. Se trata de un tren antiguo, de aquellos que contaban con departamentos cerrados y su pasillo a lo largo del vagón, en el que se daban cita, sobre todo, los fumadores. Cuántos viajes nocturnos, incapaz de conciliar el sueño en tu asiento, has pasado la noche fumando cigarrillo tras cigarrillo y charlando con un desconocido.
A poco de partir el tren, te diriges al vagón restaurante, te sientas ante una de las frágiles mesitas y pides al camarero un té. Enfrente de ti, otro pasajero, más o menos de tu edad, pide también un te. Aquí lo sirven en delicadas tazas de porcelana cubiertas con una tapa del mismo material para que no se pierda ni un ápice de su aroma y su sabor. Con el traqueteo del tren, las tapas de la tazas vibran y  amenazan con caer. Entonces alargas la mano para sujetarla. Tu vecino de mesa hace exactamente lo mismo en el mismo momento y, como ambas tazas están muy próximas, vuestras manos se rozan levemente. Este roce provoca la sonrisa de los dos y, al mismo tiempo, da pie para que iniciéis una conversación. A pesar de su juventud, el viajero es un hombre experimentado. Tiene una voz más grave que aguda, muy agradable, y su conversación es serena y fluida. Ha viajado mucho. Cuenta anécdotas de sus viajes. Y en un momento dado menciona como de pasada la Montaña del Alma.
Gao Singjian
¡La Montaña del Alma! Estamos en China, en el sur todavía veraniego de China y el que ha hablado hasta aquí es Gao Xingjian (1940), un autor chino que se vio obligado a huir de su país como consecuencia de la Campaña Contra la Contaminación Intelectual llevada a cabo en los años ochenta del siglo pasado, una reminiscencia de la famosa Revolución Cultural, prolongada durante diez años, los que van de 1966 a 1976. Las obras de Gao fueron prohibidas y su vida corrió verdadero peligro. En 1987, tras quemar todos sus manuscritos, logró viajar a París, donde vive desde entonces y donde consiguió la nacionalidad francesa.
Gao es un artista polifacético, es escritor, en el año 2000 recibió el premio nobel de Literatura, escribe tanto novela como teatro o poesía. Pero, además, es pintor y ha hecho también cine. En ambos terrenos, el de la palabra y el de la imagen, Gao es un gran innovador. Ha modernizado el idioma chino y ha revolucionado el teatro.
¿Pero qué es la Montaña del Alma? Antes de nada, es un lugar, un lugar remoto, extraviado en el laberinto de las montañas del país y al que para llegar se necesita una gran dosis de energía, de valor y de humildad. Es también la metáfora del caminante que busca la paz interior. Y es, sobre todo, el título de un libro fascinante, novela, libro de viajes y hasta un tratado filosófico al alcance de todos los públicos. El libro ofrece un recorrido por el territorio montañoso de China en el que se se mezclan las viejas tradiciones con la aparición de un progreso no siempre positivo. Cuenta sólo con tres personajes: Yo, Tu y Ella, que  se suceden como protagonistas en cada uno de los capítulos. En su caminar, los tres van encontrándose con personajes secundarios, la mayoría extraordinariamente singulares, a través de los cuales se mezcla lo real con lo fantástico y aún con lo onírico. Así, podemos encontrarnos con El Acantilado de los Fantasmas en Pena; con las Mujeres de la Camelia, con el Dragón de los Cinco Pasos. Pero también con la defensa del medio ambiente al tratar, por ejemplo, del retroceso del oso panda, o de los problemas que ha originado la presa de las Tres Gargantas. Un delicado erotismo, a ratos muy elocuente, atraviesa buena parte del texto haciéndolo más sugerente aún.
No diré si el viajero, o los viajeros, Yo, Tú y Ella, consiguen encontrar la Montaña del Alma. Eso es algo que dejo al posible lector.

Imágenes: Internet

martes, 11 de marzo de 2025

SIGUEN ENCUBRIENDO LA PEDERASTIA

Palacio arzobispal de Toledo
Mientras el papa lleva ya veintitantos días en el hospital tratando si no de burlar, sí de retrasar la muerte, la jerarquía católica sigue encubriendo la pederastia, al menos en España. Y no sólo la encubren, sino que se cachondean de la víctima, manteniendo abierta su herida y regándosela con sal, con salfumán, con alcohol, con todo lo que impida que cicatrice.
Es verdad que este papa está claramente en contra del abuso sexual de menores dentro de la Iglesia, también fuera, por supuesto, pero lo que sostiene y ordena el papa se lo pasan parte del Vaticano y, desde luego, los obispos españoles por el arco del triunfo.
Uno de los últimos casos, que ejemplifica lo que va dicho, es el de Carlos, un joven que prefiere mantener el anonimato, de momento, porque su historia no ha terminado. En el año 2003, con sólo once años, Carlos ingresa como alumno interno en el seminario menor de Toledo. Aquí tiene como director espiritual al padre Pedro Francisco Rodríguez Ramos, su futuro abusador, quien con la habilidad propia de estos malhechores lo va dirigiendo para proceder a los abusos sin que el muchachito llegue a escandalizarse más de lo imprescindible. Ese mismo año el cura comienza con esas caricias que muchas veces los mayores le hacen a los niños sin maldad alguna y sin segundas intenciones. Pero en este caso si había maldad. 
Pedro F. Rodríguez Ramos
La manipulación del cura van a tan buen ritmo que en una fecha tan temprana como febrero de 2004 le da a Carlos el primer beso en la boca. Luego vendrían más, señalándole el pedófilo que aquellos besos no eran pecado, porque lo besaba como si fuera su padre. El 8 de julio de 2006, el papa Benedicto XVI visita Valencia para asistir al V Encuentro Mundial de las Familias. El padre Rodríguez Ramos y Carlos, que ya tiene catorce años, viajan juntos a Valencia y esa noche duermen ambos en la playa, en el mismo saco de dormir. Una semana después, el curáncano, porque no se le puede aplicar otro nombre, lleva al muchachito a La Bañeza (León) para realizar unos ejercicios espirituales. ¡Sí si, espirituales! Aquí es donde comienzan los abusos en firme.
La Bañeza (León)
Lo peor de lo peor que tiene la pederastia eclesiástica es que, en la mayoría de las ocasiones, el pederasta no sólo abusa de un menor, sino que imbuye en él una asquerosa desorientación moral. El chaval pensaba que los toqueteos del cura, sus abrazos, sus besos, la noche que pasaron en Valencia, eran pecado, pero el director espiritual lo negaba, diciéndole que era normal entre personas que se querían. En La Bañeza ya estuvieron los dos completamente desnudos y allí el cura masturbaba al chaval deteniéndose antes de que eyaculara, explicándole que ahí estaba la diferencia entre la gracia y el pecado. Por su parte, Carlos le hizo alguna felación al pederasta, sin necesidad de que éste lo obligara, a tal manejo del adolescente había llegado el tipo. No obstante, uno de aquellos días, desorientado, Carlos le volvió a preguntar a su mentor si lo que hacían era pecado y, por primera vez, si eran homosexuales. Aquí, el abusador reaccionó agresivamente, aunque enseguida se puso a llorar, abrazó al jovencito y creyéndolo aún en sus manos le advirtió que si contaba algo a alguien no lo volvería a ver.
Arzobispo Braulio Rodríguez
No volver a ver al cura, eso es lo que necesitaba Carlos y eso fue lo que le dijo en 2007, ya con 16 años, que le gustaba una chica y que no quería verlo más. Dos años más tarde, ya mayor de edad y habiendo comprendido lo que el padre Rodríguez Ramos había hecho con él, Carlos se plantea denunciarlo. La denuncia, sin embargo, la materializa la madre en el arzobispado de Toledo, siendo arzobispo Braulio Rodríguez. Éste le dice a la denunciante que ya conoce el caso por otro sacerdote, añadiéndole que lo que contaba su hijo se debía a su "afectos desordenados." Por consiguiente, mantiene al pederasta en el mismo seminario hasta el año 2015, en que lo nombra rector de la iglesia de San Ildefonso y Santuario de los Sagrados Corazones, de Toledo.
Seminario Moyabamba (Perú)
En el año 2016, Carlos denuncia su caso ante la Justicia en el juzgado número 1 de La Bañeza, por ser aquí donde se produjeron los mayores abusos. Comienza entonces la investigación judicial de los hechos, momento en que el arzobispo Braulio Rodríguez no pone al acusado a disposición de la justicia, sino que en una clara burla de la víctima, manda al todavía supuesto pederasta al ¡seminario de Moyabamba, en Perú! La investigación se prolonga nada menos que siete años, hasta el 29 de mayo de 2023, en que se celebra el juicio. Antes, en 2022, el joven Carlos denuncia su caso en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). Como no obtiene respuesta, en diciembre de 2023 consigue hablar directamente con el papa Francisco. En marzo de 2024, el papa ordena al Dicasterio de la Doctrina de la Fe que se juzgue canónicamente al ya condenado pederasta. El Dicasterio, retorciendo la orden del papa, encarga el enjuiciamiento del sacerdote Pedro Francisco Rodríguez Ramos al arzobispado de Toledo, una decisión fantástica, pues, suponiendo que este juicio se lleve a cabo alguna vez, el arzobispo será juez y parte. 
En el juicio civil, el sacerdote fue condenado a siete años de prisión y al pago de 40.000 euros a la víctima. Cuatro informes psicológicos y uno del forense certificaban que el joven, en efecto, había sufrido abusos. Sólo un informe psicológico, aportado por la defensa del sacerdote, sostenía que "no hay una relación directa de causalidad inequívoca" entre el trauma que presentaba Carlos y los hechos denunciados. El nuevo arzobispo, Francisco Cerro, que sustituyó a Braulio Rodríguez en 2019, afirmó en su momento que respetaba la sentencia, aunque no era definitiva, señaló, pues iba a ser recurrida. En 2024, tras el correspondiente recurso, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León absuelve al sacerdote, no por considerarlo inocente, sino por defecto de forma en la instrucción inicial. El caso se encuentra actualmente en el Tribunal Supremo.
Arzobispo Francisco Cerro
A preguntas de la prensa, el nuevo arzobispo de Toledo contestaba en 2021 que: "Desde el momento en que se tuvo conocimiento de las hechos, el anterior arzobispo, con pleno respeto al principio de presunción de inocencia, actuó conforme a la legislación canónica vigente." Pero guarda silencio ante la pregunta concreta de si había abierto el preceptivo proceso canónico, incluido informe al Vaticano. Calla igualmente, sobre el mismo asunto, César García Magán, Secretario de la Conferencia Episcopal y obispo auxiliar de Toledo, ante la pregunta del diario El País en 2022, limitándose a contestar que el arzobispado "había hecho los deberes." 
¿Y la archidiócesis se puso en algún momento en contacto con el joven Carlos? Sí, hombre, en noviembre de 2022, después de las preguntas de El País a García Magán, hablaron con él por teléfono. Luego, el 30 de marzo de 2023, Carlos recibió un email en el que se le  ofrecía un encuentro con el arzobispo para "una reparación moral." Pero ni en su momento se abrió proceso canónico alguno, preceptivo cuando se tiene conocimiento de hechos de este tipo, ni se han iniciado siquiera los trámites para celebrar el juicio ordenado por el papa.


Fuente: Noticias de prensa
Imágenes: Internet