Hace unos días, buscando algunos datos por internet, me encontré con el Catecismo de Trento, texto emanado de la contrarrevolución reaccionaria efectuada por la Iglesia católica en el famoso concilio celebrado entre 1545 y 1563, y reeditado en 1926. Me dispuse a leer con interés, a ver por dónde se descolgaban estos muchachos. Después de una extensa introducción, de una encíclica de Pio X, fechada en 1905, de otra introducción al capítulo primero, me encuentro al fin con la primera pregunta y su correspondiente respuesta:
"¿Qué es el Credo?"
"El Credo es la fórmula de fe cristiana compuesta por los apóstoles para que todos los cristianos piensen y confiesen la misma creencia."
Pues empezamos bien, me digo, porque semejante respuesta es rigurosamente falsa, lo saben hoy y lo sabían entonces. Los apóstoles no compusieron fórmula alguna de fe, sino que ésta fue elaborándose a lo largo de los años y de los siglos, no sin numerosas, sucesivas y agrias discusiones, hasta culminar en el Concilio de Nicea de 325, un Concilio, como se sabe, organizado y patrocinado por el emperador Constantino, con Osio, obispo de Córdoba, como su brazo derecho.
¿A qué seguir?, me dije, si en algo tan claro se miente, que no se mentirá más adelante. Pero seguí un poco más y unos párrafos más abajo me encuentro con esta perla:
"Creer no significa PENSAR, ni JUZGAR, ni OPINAR, sino dar un asentimiento certísimo por el que el entendimiento adhiere firme y constantemente a Dios y las verdades y misterios por Él manifestados."
Es decir, convertirnos en autómatas o en zombis, mientras los redactores del catecismo vivían y viven como sólo ellos saben hacerlo. Y en defensa de esta ideas que no pueden ser más antihumanas fue por lo que Carlos I y Felipe II se gastaban las riquezas que venían de América en guerras imbéciles contra, precisamente, quienes se habían atrevido a pensar y a opinar. Sangre y no poca ha costado poder pensar, juzgar y opinar, que es para lo que la evolución ha dotado al ser humano de razón.
Pero, en realidad, lo que yo andaba buscando era unos datos sobre el alma. Y en estas estaba cuando recordé que en mi librería tengo un magnífico libro sobre el tema: La búsqueda científica del alma, de Francis Crick (1916-2004). Inglés de nacimiento, a los doce años le dijo a su madre que no quería ir más a la iglesia, a la que los padres lo llevaban domingo tras domingo, porque prefería dedicar aquel tiempo a la investigación. Se licenció y se doctoró como físico, pero, tras la segunda guerra mundial, se pasó a la química y a la biología. En este campo, junto con James Watson, descubrió la estructura molecular del ADN, lo que le valió a los dos el premio nobel de medicina de 1962.
Su libro es divulgativo, pero con enjundia, trata de la consciencia, centrándose principalmente en el sentido de la vista. Aunque habrá que hablar de él con profundidad, en este momento, lo que realmente me interesa es decir que en él he descubierto lo que es el alma: ¡Una habichuela! Lo cuenta el propio Crick: a su esposa, Odile, de niña, le enseñaba el catecismo católico una señora irlandesa de bastante edad. "¿Qué es alma?" preguntaba la señora, y ella misma contestaba: "El alma es un ser vivo sin cuerpo que dispone de razón y libre voluntad." Durante mucho tiempo la niña no pudo quitarse aquella respuesta de la cabeza. ¿Pero por qué? La señora hablaba bastante mal el inglés y "vivo", que inglés es "being", pronunciado "bi-in", ella lo pronunciaba "be-in", pero además tal mal que la niña entendía "bean", "habichuela", es decir, que el alma, según el catecismo que manejaba aquella señora, era una habichuela viviente sin cuerpo, pero con razón y libre voluntad, una definición que dejó asombrada a la niña y completamente confusa. Con su confusión vivó Odile bastante tiempo, pues no le contó a nadie la explicación de la señora, hasta que mucho después, se la contó entre risas a su marido.
Francis Crick busca el alma, es una manera de hablar, en el cerebro, que es donde decía que estaba Eduardo Punset, aquel, entre otras cosas, magnífico divulgador científico con el que tantas risas nos hechamos gracias a sus entrevistas con la Blasa, el inolvidable personaje de José Mota. Pero esto, más o menos, ya lo dijo el griego Hipócrates, cuatro siglos antes de Cristo, al declarar que: "Los hombres deberían saber que del cerebro, y nada más que del cerebro, vienen las alegrías, el placer, la risa y el ocio, las penas, el dolor, el abatimiento y las lamentaciones."
Es lástima que, con su absolutismo y su exclusivismo, el cristianismo barriera todo el saber que habían acumulado los pensadores y científicos griegos. La de sufrimiento que se hubiera evitado buena parte de la humanidad si no hubiera triunfado tan bárbaramente como lo hizo.
Imágenes: Internet
Un saludo Rafael, un placer leerte (como siempre). Recordando chorradas de esas de entender y cómo, me vinieron a la cabeza algunas como la de "Pomporrutas imperiales", que dio título a la peli del año setenta y tantos, pero sobre todo la de mi amigo Jesús convencido toda su vida de que se decía "A la balsa va dios" en vez de alabado sea dios o la de mi sobrino Víctor que, preguntado por los testículos contestó: los amigos de Jesucristo. Un saludicooooo
ResponderEliminarComo siempre decir que se aprende mucho de tus trabajos. Tengo a gala personal el que se me haya olvidado el texto de muchas oraciones. Eso es buena seña. Sobre el alma (palabra que uso algunas veces pero sin la connotación religiosa) comentar que no sé lo que es, pero creo es un puntal desconocido, como otros muchos, donde se sostienen la religión. Un abrazo
ResponderEliminar