miércoles, 18 de enero de 2023

EL CASO PLATÓN

A la hora de establecer su pensamiento, los filósofos olvidan dos cuestiones previas que, quiéranlo o no, lo acepten o lo nieguen, condicionan toda su filosofía:
1.- Olvidan que un día fueron niños, incluso bebés, y que, por tanto, la base de todos sus conocimientos los fueron adquiriendo a través de los sentidos. De haber nacido sordos, ciegos, mudos y sin tacto no sólo no hubieran sido nunca filósofos, sino que hubieran vivido poco más que como vegetales.
2.- Olvidan el medio social en el que han crecido y se han desarrollado. Es muy difícil llegar a ser filósofo (me refiero a lo que se entiende convencionalmente por este término), habiendo nacido y crecido bajo el umbral de la pobreza.
Por el contrario, prácticamente la totalidad de los filósofos construyen sus sistemas o elaboran sus pensamientos como si siempre hubieran sido adultos y fuesen, además, observadores neutrales y, digamos, alejados o fuera y por encima del mundo del que tratan y de sus habitantes, seres etéreos y sin contaminar por el medio en el que crecieron.
La filosofía, que en los últimos tiempos viene sufriendo graves ataques por parte de las autoridades educativas, debería recuperar la importancia que indudablemente tiene, no sólo porque nos enseña a pensar, sino porque a través del pensamiento de los filósofos podemos conocer mejor y, en su caso, cuestionar el estado de nuestras sociedades. Pero debería enseñarse partiendo de la biografía de los distintos filósofos y destacando, porque es posible, la motivación real que tuvieron a la hora de desarrollar su pensamiento. Nadie, ni siquiera los eremitas, ni, por supuesto, yo, que estoy escribiendo esto, podemos vivir al margen de la influencia del mundo en el que nos ha tocado vivir, la familia, el grupo social, la ciudad, el clima, etc. 
Dicho esto que aunque suene a sermón, es esencial, al menos en mi opinión, vayamos con el caso Platón, cuya es la intención primera de esta entrada:
Fue Heráclito (544-484 a.C.) el primero en advertir y afirmar que todo cuanto existe vive en un perpetuo e irrefrenable movimiento, cambio o fluir. Tal descubrimiento, que, al menos desde entonces, cualquier observador medianamente atento puede corroborar, horrorizaba al propio Heráclito y ha venido horrorizando a un buen número de filósofos posteriores, pues según ellos, incluido Heráclito, si todo fluye, incluso nosotros mismos, es imposible obtener un conocimiento cierto de los objetos; todo lo más que logramos son vaguedades o meras opiniones que, necesariamente, serán distintas según cada observador.
Acuciado por este sentimiento de inestabilidad, Heráclito se esforzó en encontrar un sustrato, una base que sirviera de apoyo a ese cambio y le diera, por así decirlo, la estabilidad que le faltaba. En último término, creyó encontrarla en el logos, que para Heráclito no era otra cosa que Zeus, Dios, aunque su idea de Dios viene a ser la del todo en su continuo, eterno devenir.
Platón (404-347), considerado uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, también tenía horror al cambio. Él sí da cuenta de su vida. Incluso explica cómo salió asqueado de la política, tras un corto periodo de dedicarse a ella, pero sin advertir de qué forma este hecho y no sólo él influyeron en la elaboración de lo más importante de su filosofía. Fue discípulo de Sócrates, el primero de los filósofos que sólo trató del hombre, porque, según dicen que decía, es el único de todos los seres con capacidad de ser sujetos de verdades y de valores. Sócrates fue un tipo raro, un parlanchín, dicho sin menosprecio alguno, porque no dejó nada escrito, sólo se dedicaba a hablar con otros hombres. En realidad, aparte de lo poco que contaron Aristóteles y Jenofonte, todo lo que sabemos de Sócrates es lo que de él escribió Platón, que, para colmo, pone en boca del maestro muchas de las ideas del discípulo. Es decir, que, como de Cristo, lo que es saber, saber, de Sócrates no sabemos nada, que es, según se cuenta, lo que él mismo decía que sabía: nada.
Platón tocó muchos palillos, desde los del amor a los de la política, pero en su búsqueda de un sustrato que diera unidad, sentido y base al fluir constante de las cosas fue mucho más allá que Heráclito, tanto que dejó bien asentado el edificio del idealismo. Resumiendo enormemente su pensamiento, podemos decir que Platón sostenía que todos los objetos que vemos en la realidad diaria no tienen existencia propia, o vida real, sino que son copias de modelos o Ideas, a las que también llamó Formas. Pero no las ideas que podemos tener en nuestra mente cuando se nos ocurre, por ejemplo, construir una mesa, volar en globo o escribir una novela, sino entidades, aunque invisibles, vivas, corpóreas y, al mismo tiempo, eternas e inmutables. En una palabra, que lo que nosotros vemos no son más que sombras proyectadas por la realidad verdadera, accesible no a través de los sentidos, sino del pensamiento. Esto suena descabellado, ¿verdad? Pero es así. Platón lo prueba con razones que han resultado y resultan convincentes para toda una legión de filósofos que han ido sucediéndose después de él.
Pero, y esto es lo importante: ¿De dónde viene ese horror al cambio? ¿Es cierto que ese fluir eterno impide el conocimiento de los objetos o existen otras razones para ese horror? Existen, ya lo creo que existen, aunque no suelen explicarse en las clases de filosofía ni siquiera en la Universidad. Heráclito nació y creció en el momento en que la organización tribal, comandada por poderosas aristocracias cuyo gobierno, aunque despótico, daba una gran estabilidad social, estaba siendo sustituida por la democracia que exigían los plebeyos, sobre todo, comerciantes enriquecidos. Heráclito era el heredero del rey que gobernaba Éfeso y, si bien renunció a su puesto en favor de su hermano, siempre defendió a la aristocracia. "El populacho", afirma, se llena el vientre como las bestias. Escogen por guías a los vates y las creencias populares, sin saber que los malos constituyen mayorías y sólo la minoría es buena."
¿Va quedando claro? Lo que Heráclito teme realmente no es que con el cambio constante, que es cierto, los objetos no puedan ser conocidos, sino perder su posición social y encontrarse de la noche a la mañana al mismo nivel que la plebe. Ni más ni menos. Y es ese temor, mamado desde su nacimiento, el que lo impulsa a buscar desesperadamente la fórmula para convencer a sus coetáneos de la bondad y la necesidad de la estabilidad. Aunque estuvo en el camino, la que encontró no fue tan potente como él mismo hubiera deseado.
Esta razón, este basamento, lo encontró, como se ha visto más arriba, Platón, o eso creyó él y, con él, todos los que con posterioridad han seguido sus pasos. La infancia de Platón transcurrió en un periodo aún más convulso que la de Heráclito. Cuando nació, en Atenas había caído el sistema tribal, se había instalado la democracia y la ciudad se encontraba en guerra contra Esparta, ciudad que seguía conservando prácticamente intacto el gobierno tribal. La guerra concluyó con la derrota de Atenas y el establecimiento del gobierno de las Treinta Tiranos. Para entonces, Platón tenía veinticuatro años. Era también de familia aristocrática. Su padre descendía de Cedrus, el último rey tribal de la ciudad, su madre estaba emparentada con el famoso legislador Solón y dos de sus tíos, Carmides y Critias, formaban parte de las Treinta Tiranos. El filósofo sufrió en carne propia todos aquellos cambios, que afectaron sus estatus de tal modo que tuvo que huir de Atenas. De ahí que no tardara en llegar a la conclusión de que todo cambio social significa decadencia, degeneración, corrupción, una conclusión a la que no había llegado Heráclito.
Toda la filosofía de Platón está encaminada a superar el cambio. Sin embargo, y esto es harto significativo, él, que lo ha perdido todo, no está completamente en contra de ese cambio, sino que, especialmente en el mundo de la política, está a su favor, siempre que dicho cambio sea para mejor. ¿Y qué cambio puede ser para mejor? Él que a él le viene bien, naturalmente, o, lo que es lo mismo, el que propugna, por ejemplo, en La República, cambio que una vez realizado se mantendrá estable por los siglos de los siglos. Su sistema de las Ideas o Formas invisibles, pero inmutables, tan profundamente conservadora, satisface plenamente esta exigencia de estabilidad y satisface, claro es, a todos aquellos que ocupan una posición social de privilegio, posición en la que se encuentran (véanse sus biografías) la mayoría de los filósofos que siguen al ateniense. Desde luego, satisfaría a todo el mundo si se pudiera probar de verdad la existencia de tales Ideas o Formas.
Platón, no hace falta decirlo, está con contra del materialismo, para él, como se ha visto, la materia carece de verdadera realidad. Pero está, sobre todo, en contra de la democracia, sistema político al que considera nefasto porque constituye la expresión más profunda del cambio en el mundo social y, además, continuo y, además, con participación activa de la plebe, pero, en realidad, porque ella fue la causante de la pérdida de su estatus, como puede leerse entre líneas en el texto en el que da cuenta de su vida.
De otro lado, en su sistema, sitúa al hombre aparte y en un escalón superior al resto de los seres vivientes. El modelo, la Idea o la Forma del que es copia el hombre (y cuando habla del hombre se refiere exclusivamente al hombre, al varón, los griegos, en general, despreciaban a las mujeres), está, por tanto, por encima del resto de las Ideas o Formas; es, digamos, la Idea de las Ideas; la Idea que engendra la totalidad de las Ideas que existen. Y ello por dos motivos, primero, porque el hombre es el único ser pensante de la creación y, segundo, porque tiene un alma inmortal, como explica con todo detalle en el FedónPrecisamente, es gracias al alma que, según Platón, tenemos ciertos conceptos espirituales o mentales que no preceden de la experiencia, sino que son innatos. Así, por ejemplo, el concepto de igualdad, al que dedica una buena parrafada en el mismo Fedón, o los de identidad, diferencia, oposición, unidad, número, par e impar, de los que da cuenta en el Teeteto, conceptos que para él constituyen la base a partir de la cual aprehendemos todos los demás conceptos que podemos desarrollar. 
¿Pura majadería? A ver, que levanten la mano aquellos o aquellas a los que desde su más tierna infancia su papá o su mamá no les haya enseñado cómo dos cosas son iguales o diferentes, cómo esto es una manzana y esto son dos peras, etc. etc. Pero los filósofos, empezando por Platón, le dan  a esto una prosopopeya que resulta difícilmente superable.
Aun así, el éxito de su filosofía es indudable, como prueba, no sólo la legión de seguidores, sino el hecho de que se conserven perfectamente sus textos, mientras se perdían los de la práctica totalidad de los filósofos griegos. A juicio del que esto escribe se debe fundamentalmente no a la potencia de su pensamiento, que de ella no cabe tener duda, sino a que le ofrece al poderoso una doble arma: la de la bondad de la estabilidad y, con ella, la defensa de su estatus, y, derivada de ésta, la de la resignación de los de abajo, quienes perderán todo anhelo de cambio confiando en que esta vida "irreal" dará paso a la vida verdadera, de paz, de estabilidad y de felicidad. No es extraño pues que para el cristianismo, especialmente el católico, sea el favorito de todos los filósofos paganos.
El que esto escribe es consciente de que del amplísimo campo y la variedad de temas que Platón abarcó el presente texto es sólo un resumen de lo principal de su filosofía, la teoría de las Ideas. Ahora bien, cuando  esta teoría se explica llanamente, haciendo aflorar su causas, sus contradicciones e insuficiencias, los seguidores del ateniense te dicen: No has entendido a Platón. El que esto escribe ni afirma ni niega, simplemente dice: Léanlo. Es fácil bajar de internet gratuitamente la totalidad de sus libros.

P.S.- Las negritas son de un servidor.
Las imágenes son de internet.


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