lunes, 14 de marzo de 2022

PARA ACABAR DE UNA VEZ CON LA POBREZA



El alcalde de Alicante, Luis Barcalá, del PP, pretende erradicar la pobreza de su municipio imponiéndole a las personas sin hogar, que duermen en la calle, una multa de tres mil euros (3.000 €). Hay que ser imbécil para pretender implantar semejante medida. ¿No se da cuenta el señor alcalde de que si esas personas tuvieran tres mil euros no estarían pidiendo limosna y durmiendo en la calle?
En España, la de la pobreza es una historia larga, ancha y bastante más que triste. Uno de los momentos claves de esta historia se sitúa en el descubrimiento y consecuente explotación de América. En aquel tiempo empezaron a llegar a España enormes cantidades de oro y de plata, además de iniciarse un suculento comercio entre la metrópoli y las nuevas tierras que se iban conquistando, una riqueza fabulosa con la que el país no sólo carecería de pobres, sino que debía estar nadando en la abundancia.
La situación, sin embargo, era bien distinta: conforme aquellas riquezas llegaban a España iban siendo dilapidadas en primer lugar por Carlos I y luego por su hijo Felipe II en sus guerras en Europa, y el país se moría literalmente de hambre. Ejércitos de pobres sin ingreso alguno y sin techo bajo el que cobijarse, muchos de ellos mutilados de guerra, llenaban las ciudades pidiendo por el amor de Dios una limosna, un trozo de pan, algo que llevarse a la boca. La sociedad en general, los poderes públicos y, más aún, los religiosos, trataban de paliar esta plaga con el arma tradicional de la caridad cristiana. Pero este arma resultaba harto insuficiente.
En esta tesitura, hubo una persona que, independientemente de su insuficiencia, consideraba la caridad un instrumento denigrante. Se trata del valenciano y acendrado católico Juan Luis Vives (1492-1540), brillante intelectual humanista y pedagogo. Para este hombre, la caridad cristiana no sólo no solucionaba el problema de la pobreza, sino que lo perpetuaba. La limosna, especialmente si se trataba de dinero, despertaba la codicia de los pobres y acentuaba el egoísmo de los ricos, a quienes les bastaban unas pocas monedas para apaciguar su conciencia. La caridad, siempre según Vives, fomentaba la ociosidad de los mendigos, los cuales inventaban toda clase de trucos y de trapacerías (en esto consistía la picaresca) para conmover a los ricos; creaba entre los pobres discusiones que muchas veces acababan en tremendas peleas.

Vives no duda en culpabilizar a los pobres no de su pobreza, pero sí de los continuos altercados entre ellos por conseguir un puesto en la puerta de una iglesia o en otros lugares especialmente cotizados, altercados, que alteraban la armonía en las ciudades. Llega a afirmar el valenciano que muchos de aquellos pobres se convertían en ladrones y hasta en criminales, y las mujeres en desvergonzadas prostitutas. Sus juicios a este respecto, como se ve, eran duros y directos. Llega incluso a lanzar una seria advertencia a los ricos: o se acababa con la pobreza o, dado el número creciente de pobres, los ricos corrían el riesgo de que estallara una rebelión que acabara con su estado de provilegio.
Ahora bien, hecha la crítica, Vives pasa a la fase de las propuestas. Para el humanista valenciano, la pobreza es un asunto de Estado y es al Estado al que atañe no regularla o paliarla, sino proceder a su erradicación. Vives tiene en cuenta que, independientemente de la situación económica del país, muchos pobres lo eran porque tenían mermadas sus facultades físicas o mentales. Propone pues la creación de centros de acogida para los inválidos y de hospitales para los dementes. Propone que barrio a barrio de una ciudad los magistrados identificaran a los que eran pobres auténticos, con información de su vida y su moralidad y quienes, sencillamente, preferían vivir en la vagancia. Era absolutamente necesario procurar trabajo para todos a los que su edad y su salud les permitiese trabajar. E igual de necesario resultaba castigar severamente a todo el que fingiese una enfermedad o una discapacidad. Del mismo modo, debían crearse centros apropiados para acoger a los niños expósitos, así como perseguir a las viejas alcahuetas, principales responsables, según Vives, del puterío, que producía aquellos niños, pero también de la hechicería y de los maleficios.
Conviene dejar bien claro que, más allá de su catolicismo y por encima de él, Vives no propone estas medidas por compasión o empatía hacia los pobres, sino para preservar el orden social y ante el temor de que, en efecto, terminara produciéndose el levantamiento de los miserables, cansados de asistir al derroche de los ricos. No obstante, tales propuestas en tan tempranas fechas como los comienzos del siglo XVI suponian un avance social de primer orden. Luis Vives se encontraba entonces en Brujas y sus propuestas fueron, en su mayor parte, aplicadas en la ciudad. Igualmente, influyeron en la legislación de Inglaterra y de otros países de Europa.
¿Y en España? ¿Qué ocurrió en nuestro país? En el capítulo 26, versículos 6 a 11, de su evangelio, cuenta Mateo cómo encontrándose Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, una mujer le ungió los pies con un perfume muy caro. Los discípulos se quejaron de este despilfarro, con el argumento de que el dinero del perfume podía haberse dedicado a los pobres. A lo que Jesús replicó: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una buena obra ha hecho conmigo. Porque pobres tendréis siempre entre vosotros, pero a mí no me tendréis siempre."
Basándose en esta perícopa y, como no podía ser menos, en España se produjo la polémica: en 1545, el dominico Domingo de Soto publicó un panfleto con el título de Deliberación de la causa de los pobres, en el que, con ese pedazo de cara propia de la mayoría de los teólogos, proclamaba que la libertad de los medigos era sagrada y que, en consecuencia, la única manera de atenderlos era mediante la caridad. A Soto le replicó el benedictino Juan Robles, criticando lo que, a su juicio, el dominico venía a defender era la veneración de la pobreza.

Por su parte, el Estado promulgó en 1540 una cédula real prohibiendo la mendicidad callejera, más o menos lo que, casi medio milenio después, propone el alcalde de Alicante, y recomendando que los hospitales acogiesen a los pobres auténticos. Poco después. el concilio de Trento se reafirmaba en las posiciones más reaccionarias de la Iglesia y en España las propuestas de Vives. que menos mal que ya había muerto, llegaron a considerarse casi heréticas. Uno de los más furibundos enemigos del ideario de Luis Vives fue el agustino Lorenzo de Villavicencio, quien, montado en sacratísima cólera cristiano-católica, tachó al valenciano de pernicioso, injurioso para la Iglesia y hasta pestilencial.
No mucho tiempo después, como consecuencia del pésimo gobierno de Felipe II, digan lo que digan la mayoría de los historiadores, más o menos oficiales, durante cuyo reinado el Estado español entró en quiebra dos veces; la inflacción se desbocó, con ello, los productos españoles perdieron mercado en Europa; como consecuencia, el paro aumentó hasta niveles insoportables, y la prohibida mendicidad fue autorizada de nuevo.

Fuentes: Historia crítica del pensamiento español. Tomo I. José Luis Abellán
Historia de España Alfaguara. Tomo III. Antonio Domínguez Ortiz.

Imágenes.- Internet.


2 comentarios:

  1. Que interesante y bien documentado está todo lo que publicas. Que barbaridad la de ese Alcalde y la del político de derechas de la Comunidad de Madrid, cuánto indocumentado. Un abrazo Rafael

    ResponderEliminar